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La tercera de Andalucía y la quinta de España. La tasa de paro ha devuelto a Córdoba a este dudoso honor de ocupar las posiciones más elevadas de la Encuesta de Población Activa (EPA); eso, a pesar de que las cifras son mejores que antes de la pandemia del coronavirus. Y menos mal, porque más de una vez hemos liderado este ranking. Está claro que algo no funciona en la economía cordobesa y que, por mucho que se diga que se hacen cosas, pues al final no funcionan, porque los datos son irrefutables y el número de parados es ya de 73.900. Es más, hay que tener en cuenta que se trata de las cifras del segundo trimestre de este año, es decir, correspondiente a los meses de marzo, abril y mayo, que curiosamente son los de temporada alta en Córdoba, sobre todo en la capital.
Los sindicatos vinculan esta situación a la inflación, la misma que hace que el carro de la compra sea cada vez más exiguo por la alarmante y constante subida de los precios, mientras que los sueldos siguen estancados. Es decir, que hay que apretarse aun más el cinturón. Y eso que no ha llegado el otoño, que se supone que va a ser dramático ante una perspectiva económica cada vez más alarmante o, quizás, mas realista, porque ya no se sabe a qué nos podemos atener.
Las organizaciones sindicales también achacan esta nueva subida del número de personas sin trabajo en la provincia a la absoluta dependencia de la economía cordobesa al sector servicios, que es el que da de comer a miles de familias. Un mantra que aparece cada vez que salen los datos de la Encuesta de Población Activa de cada trimestre del año, pero que, insisto, sigue sin solucionarse y generando las mismas conclusiones.
Que es necesario un cambio de modelo productivo en el conjunto de la provincia es más evidente; fortalecer los aspectos que funcionan, obviamente. Y que el maná no nos va a caer del cielo, pues también. Es decir, que se debería hacer de una vez por todas una apuesta real por un cambio de paradigma económico, que seguro que hay algún gurú escondido a buen recaudo que lo ha pregonado una y mil veces, pero a quien no se le ha echado en cuenta por no arriesgar o, por la comodidad de dejar las cosas pasar y que ya vendrán otros que lo arreglen. Si es que esos otros llegan, quieren y pueden.
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