El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
La tribuna
SEMANAS atrás, en esta misma columna, me preguntaba si Córdoba era tierra de poesía o, si bien, era tierra de poetas. Suena parecido, pero no es lo mismo. Con la concesión del Premio Nacional de la Crítica a Eduardo García, por su poemario La vida nueva, he conseguido responder a mi pregunta. Eduardo García no nació en Córdoba, el suyo es un origen mucho más exótico y cálido, Sao Paulo. Desde que conozco a este poeta, reconozco que siempre le he dado la tabarra con lo mismo, mostrándole mi incredulidad porque no le apasiona el fútbol. Edu, es que no me lo puedo creer, que eres brasileiro, Ronaldo, Pelé, Ronaldinho y Kaká, cómo no te va a gustar el fútbol, si fueras australiano lo entendería, pero brasileño...
Retomo, Eduardo no nació en Córdoba, pero su voz como poeta, su definitiva conformación personal, y hasta sentimental, me atrevería a decir, se ha construido y crecido en esta ciudad. Por eso, Eduardo ha estado en todas las antologías que se han realizado de la poesía cordobesa o andaluza, y la mayor parte de sus compañeros de viaje le han reconocido como un paisano, como uno más de la banda. El Premio Nacional de la Crítica es el sello de calidad de lo que ya muchos sabíamos desde bastante tiempo atrás, que Eduardo García es uno de los mejores y más grandes poetas que existen en este país. Un sello de calidad que ya exhibió en sus anteriores poemarios, confirmados por premios como el Ojo Crítico, el Juan Ramón Jiménez o el Antonio Machado.
En la Literatura, como en otras muchas facetas de la vida, es fundamental que de tanto en tanto el foco ilumine a un nuevo protagonista, descubriéndonos aquello que nosotros sólo éramos capaces de ver a través de las sombras. En el caso de Eduardo, más que a través de las sombras, tendría que ser a través de uno de esos espejos que tan bien introduce en sus poemas. Hoy el reflejo del espejo, privilegiado y reluciente, proyecta la silueta de Eduardo García, poro a poro, píxel a píxel, el poeta en toda su dimensión.
En una de las entregas de mi Novelista Malaleche, en El batallón de los perdedores, mi provinciano y avinagrado protagonista daba cuenta de los poetas -qué novedad-, poniendo especial énfasis en los que denominaba como el Clan de los García, compuesto por algunos de los más prestigiosos poetas de la ciudad: los dos Pablos, José Daniel y el propio Eduardo.
Un Eduardo que siempre se ha caracterizado por todo lo contrario, por ser un poeta diferente, lejos de las modas y de las tendencias, comprometido con su propia y personal poesía, a la que ha perseguido hasta hacerla suya como ese tatuaje que se nos cuela en la piel y que ni el bisturí ni los años consiguen esconder. Todas las pasarelas conducen a la tapia/si se es fiel a un deseo/si se sigue su rastro hasta el final/nos aguarda el ladrillo hincado en tierra/la mansedumbre hostil de la costumbre/un olor a madera que envejece/un desfile de escenas repetidas/la cárcel de cristal/sin cerradura. Cualquier poema, cualquier verso, ya sea de la premiada La vida nueva o de las anteriores obras de Eduardo García nos valdrían para confirmar la excelencia de su poesía, así como para conocer su propuesta, su personalidad y el tratamiento que realiza de los grandes temas, a los que aborda desde una distancia invisible y que interpreta bajo sus propios gustos estéticos, que no dejan de ser la aplicación de una poética tan deslumbrante como íntima.
Me gustaría destacar de Eduardo García su vertiente pedagógica. Fiel a sus orígenes, participante en aquellos ya legendarios talleres de la Posada del Potro, como García Casado o Antonio Luis Ginés, Eduardo García se atrevió hace años a publicar Escribir un poema, que se ha convertido en un referente indiscutible dentro de la concepción contemporánea del poema. He empleado el verbo atrever, porque se puede entender el libro de Eduardo García como una obra pionera, el convencimiento concienzudo, sincero y elaborado de que hay claves y herramientas indispensables para la elaboración de un poema que se pueden transmitir y que se pueden aprender.
Espero y deseo que el premio conseguido le reporte al bueno de Eduardo García una vida nueva, que la luz que le ilumina hoy permanezca en el tiempo, que su voz le gane la partida al silencio. Y como les decía al principio, el premio a Eduardo García ha conseguido responder a mi pregunta: Córdoba es la tierra a la que llegan los poetas.
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