El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
la tribuna
ESTE verano se ha avivado la polémica sobre el supuesto protagonismo de la herencia genética en el éxito escolar, a raíz del informe de la CEOE, y la necesidad de invertir o no en educación para mejorar resultados.
Antes de entrar en ella, voy a intentar resumir en pocas palabras y un par de imágenes el conocimiento actual sobre la muy compleja naturaleza de nuestro cerebro. Imaginen un escenario. De los genes depende el diseño de sus componentes: espacio físico, telón, decorados, focos, mobiliario, etc, básicamente la infraestructura que proporciona el teatro. Del entorno depende todo lo que hace que el escenario cobre vida: la pieza teatral que se representará, los actores que interpretarán los personajes, los técnicos de iluminación y sonido, y todo el movimiento de entradas y salidas de escena que convertirán al escenario en un espacio mágico en el que se desarrollará una obra, nuestra vida. En este órgano al que intentan imitar los ordenadores, los genes determinan el hardware, el entorno el software.
Podemos decir que lo que caracteriza a cada ser humano, lo que nos convierte en especímenes únicos e irrepetibles, no es la naturaleza ni la cantidad de nuestras neuronas, que varía muy poco de unas personas a otras, sino la cantidad, variedad y combinatoria de las conexiones que se establecen entre unas neuronas y otras, y que son fruto de la cantidad y calidad de experiencias vividas por cada persona a lo largo de nuestra vida.
En el cerebro de un bebé hay muy pocas conexiones neuronales, su red de comunicación es muy elemental. Ésta se desarrolla a medida que el bebé va recibiendo estímulos sensoriales -percepción de formas, colores, sonidos, olores, sabores, sensaciones táctiles, movimientos, sensaciones placenteras, dolorosas- que son registrados por neuronas especializadas situadas en distintas regiones del cerebro y que son capaces de conectarse entre sí e integrar la información en una percepción global, e incluso almacenarla generando una memoria (visual, olfativa, táctil, auditiva) que puede desplegarse posteriormente de forma voluntaria o involuntaria.
Las conexiones neuronales dependen absolutamente de los estímulos sensoriales agradables o desagradables que las inducen, y la información integrada que son capaces de almacenar -la memoria- es personal e intransferible. Por eso, como define Susan Greenfield, neurofisióloga y catedrática de la Universidad de Oxford, la mente es el cerebro personalizado, resultado de nuestra interacción con el entorno, que nos hace capaces de analizar, entender y responder a una situación en función de nuestra exposición anterior a situaciones similares, y se materializa en una combinatoria particular y dinámica de conexiones neuronales.
Así las cosas, ¿en qué consiste la educación? Idealmente y en sentido amplio, en proporcionar al cerebro una serie de estímulos sensoriales y abstractos (intelectuales) que nos permitan construir un marco de conocimientos y experiencias que podamos utilizar después como referencia a la hora de analizar y resolver situaciones. Evidentemente el proceso será tanto más efectivo cuanto mejor sea el acoplamiento entre lo que demanda quien se educa (su interés, su curiosidad más o menos intensa) y lo que ofrece quien educa (no sólo el conocimiento que satisfaga esa curiosidad, sino también la propia actitud apasionada o apática al transmitirlo).
Cuando los niños comienzan su educación escolar ya han iniciado un proceso educativo en su entorno más próximo, la familia, y durante unos años los dos entornos educativos, el familiar y el escolar, se desarrollan en paralelo. Huelga decir que las experiencias que vivan en uno y otro irán conformando su red dinámica de conexiones neuronales y por tanto su capacidad de análisis, comprensión y respuesta. Es esencial que los dos entornos sean armónicos y puedan actuar de forma sinérgica para que el proceso dé sus mejores resultados en esa y en las siguientes etapas educativas.
No es cierto que la clave del éxito escolar radique en los genes, como proclamaba la CEOE, haciendo gala del más rancio determinismo. La clave del éxito escolar radica en la sinergia entre un buen ambiente sociocultural en la familia y un buen centro educativo. Un entorno estimulante, enriquecedor, puede incluso remediar una herencia genética poco generosa. Numerosos estudios científicos, aunque este no sea el sitio para discutirlos, indican que un entorno estimulante puede inducir el desarrollo de conexiones incluso entre neuronas enfermas, permitiendo desarrollar y mantener mejores niveles de funcionalidad.
Procurar ese entorno estimulante y enriquecedor ha sido la base de los mejores proyectos educativos. En España lo fue de la Institución Libre de Enseñanza y de la Junta de Ampliación de Estudios y funcionó, como funciona en los mejores centros educativos del mundo. Genio, aunque pueda parecerlo, no viene de gen.
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