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En la interesante entrevista publicada por nuestro periódico este pasado domingo, el ensayista y escritor Sergio del Molino, autor del influyente y muy invocado ensayo La España Vacía, con certera lucidez dejaba caer una crítica al exceso de sentimentalismo que rodea la política española, rematando con una frase que, por su expresividad, cito textualmente: "La democracia liberal está siendo asaltada por discursos profundamente emocionales". No puedo estar más de acuerdo.
Desde la crisis de 2008 que profundizó en la quiebra de ciertos consensos y equilibrios que entonces nos parecían inamovibles, nuestro país anda sumido en una serie de guerra de guerrillas sin sentido, que prima lo primario o emocional sobre cualquier discurso racional con una cierta base objetiva. Este nuevo contexto, que tiene su origen en la calle, ha calado de lleno en el mensaje de los políticos, cada vez más simplistas y carentes de una mínima sustancia intelectual, pensados para un consumo rápido por esas masas de ciudadanos acostumbrados a ver la vida por la pantalla de su teléfono móvil.
Lo vemos a diario en cualquier circunstancia; la última, la arriesgada apuesta del Gobierno de indultar a los condenados por el procés. Lejos de procurar un acuerdo base con el principal partido de la oposición, algo hoy impensable, el presidente Sánchez no ha tenido otra ocurrencia que escenificar el perdón gubernamental nada menos que en el Liceo de Barcelona, envolviendo una decisión objetivamente contraria al más elemental sentido común en una sucesión de gestos emocionales (el escenario, el discurso apelativo, las llamadas a la concordia y al diálogo…) sin tener en cuenta ni uno solo de los sólidos argumentos que aconsejan no hacerlo o, al menos, dejarlo como último recurso, empezando por el contundente alegato en contra de jueces y fiscales.
A partir de ahora, a buen seguro se irán produciendo reacciones de unos y de otros que apelarán a los sentimientos de grupo para mantener fidelizado el voto, que es de lo que realmente se trata, obviando cualquier intento de solución consensuada de un problema que tampoco ahora parece tener solución. Y que profundizará más en esa dinámica perversa de bloques que tan bien les viene a tantos que enarbolan sus banderas de la concordia y la dignidad en discursos propios de esta nueva política en minúsculas, adolescente, trivial y sentimentaloide.
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