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Recordemos que fue ese el grito de guerra de un chavismo que entonces hacía gracia a muchos venezolanos y a la prensa internacional. Hoy varios millones de los primeros andan dispersos por el mundo con una mano atrás y otra delante con la casi total indiferencia de los medios ante el desastre social y humanitario. Los expolios e incautaciones son simpáticas al principio a muchos que creen que nunca les tocará a ellos y que desvelan así oscuras inclinaciones al latrocinio. Como vemos ahora también en España.
Exprópiese es el grito que hay detrás del llamado Informe Calvo sobre la Catedral de Córdoba, primero de otros muchos que se sucederían sobre los más preciados bienes de la Iglesia si éste encontrara alguna posibilidad de prosperar. Al llamado informe no hay por donde cogerlo desde el punto de vista jurídico o histórico, pero está claro que eso es lo que menos importa. De lo que se trata es de dar alguna cobertura y apariencia de legitimidad a una operación sectaria en la que se unen los peores instintos políticos con apetencias económicas y de poder cultural que a nadie se le ocultan en Córdoba ni fuera de ella. Cuatro papagayos irrelevantes, encabezados por uno de los personajes más desprestigiados del postureo cultural, cual es Mayor Zaragoza, no parecen capaces de orquestar semejante operación, pero los católicos cordobeses, y la Iglesia española en su conjunto, no deberían menospreciar la conjunción de intereses que buscan medro en este nuevo lío aprovechando la coyuntura de que el poder local, el autonómico y el de la nación se encuentran hoy en las mismas desdichadas manos.
Especialmente vergonzoso en este episodio de agitación sectaria y de desprecio a la verdad y al derecho es el papel de la Junta de Andalucía. Cuando todavía colea el escándalo de su corrupta gestión de la Alhambra, mientras buena parte del patrimonio que le ha sido encomendado se encuentra en lamentable situación y a menudo en simple abandono, no tiene reparos en sumarse al acoso a una institución que podría darle muchas lecciones acerca de la conservación y mantenimiento de los monumentos andaluces y de su adecuada administración para el disfrute de todos. Sólo las obsesiones de algunos enfermos de odio religioso, a los que les duele que exista ahí un templo católico desde hace 800 años, pueden perturbar esa realidad indiscutible. ¡Cuidado con los que sólo parecen locos!
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