Antonio Cambril

¡Franco, presente!

Esta boca es tuya

Lo que sorprende es la resistencia de partidos que presumen de democráticos a un traslado respetuoso

31 de agosto 2018 - 02:41

Pedro Sánchez propone convertir el Valle de los Caídos en un cementerio civil, algo improbable, puesto que esa enorme cuneta oficial está presidida por una cruz con la altura de la Torre de Babel. El presidente del Gobierno avanza que se debatirá en el Congreso y se materializará en un decreto ley. Y culmina la exposición con la sentencia de que "ninguna democracia puede rendir tributo a un dictador". Por más contenido que se sea a la hora de abordar la cuestión, es indudable que Cuelgamuros es un lugar sin parangón en Europa. Alemania e Italia no disponen de ningún santuario en el que los nostálgicos del brazo en alto puedan concentrarse para rendir culto a Hitler y Mussolini, aliados de Franco que realizaron en España los primeros bombardeos de la historia sobre la población civil (La desbandá, Guernica, la huida de Barcelona…). Hay otra razón por la que los restos no deberían permanecer allí: el gigantesco mausoleo está dedicado a los muertos por la represión o la guerra (más de 33.000, de los cuales 12.419 están sin identificar) y Franco murió de viejo, en la cama de un hospital, 36 años después de finalizar la contienda.

Lo sorprendente, y revelador de la existencia de un acentuado franquismo sociológico, es la resistencia por parte de partidos que presumen de democráticos a un traslado respetuoso que podrá supervisar la familia. Las acusaciones de profanación contrastan con los obstáculos para facilitar la recuperación de los cadáveres de republicanos agolpados en fosas comunes por toda la Península. Los que dificultan el intento jamás han considerado que hay heridas que no han cicatrizado en la memoria de los hijos y nietos que aún quedan de los asesinados y que pretenden proporcionarles una sepultura digna. El PP, fundado por un ex ministro franquista, ya ha anunciado su oposición a cualquier actuación en el Valle de los Caídos. Los líderes cambian, pero las posturas no: siempre encuentran un motivo para evitar la condena del levantamiento militar y la dictadura que siguió a su triunfo. El PP no se declara franquista, pero, tras décadas de excusas, se puede afirmar que jamás ha dado una señal que permita calificarlo como un partido antifranquista. Queda Ciudadanos, con Rivera esgrimiendo el discurso del sí pero no, más propio del editorial de un periódico que no quiere molestar a nadie que de un demócrata convencido. Claro que hay tareas más urgentes, pero las unas no impiden las otras. Salvo que en la derecha no haya nadie capaz de pensar y mascar chicle al mismo tiempo.

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