Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
En tránsito
A mi Fidel no le gustan los langostinos. A él sólo le gustan las gambas, pero si son al ajillo, ¡eh!". "La otra noche hacía tanto calor que me acosté en la cama con mi perro. Vaya el calor que pasamos los dos". "Pues a mí, mi padre no me deja leer su diario hasta que se muera, porque hay cosas que…". "El bar está cerrado porque no tenemos personal". "¡Pshhh, dile al Iván que se salga ya de la piscina!". "A aquel hombre lo mataron durante la guerra sólo porque sabía leer y escribir".
He oído estas frases al azar en varios lugares de Andalucía a lo largo de este mes de agosto. Algunas las he oído haciendo cola en el supermercado, otras me han llegado a través de conversaciones que mantenían los vecinos de urbanización, y otras las he captado en plena calle por simple casualidad. Quizá podría construirse con estas frases un cuadro sociológico de la vida en una región europea de un país desarrollado a comienzos del siglo XXI. Gambas, perros, diarios personales, piscinas, el asesinato de un hombre en una guerra de hace 80 años… Me gustaría pensar que estas frases pertenecen a una época que todavía es la nuestra, pero no tengo muchas seguridades de que las cosas vayan a seguir siendo así. Estas frases corresponden a un momento histórico en el que unas amplias clases medias disfrutaban de un modo de vida que ahora parece amenazado o incluso en peligro de muerte. ¿Vamos a poder seguir disfrutando de las piscinas en una época de sequía? ¿Vamos a seguir comiendo gambas porque no nos gustan los langostinos? ¿Y vamos a continuar hablando de una guerra de hace 80 años cuando hay otras guerras mucho más reales que asoman por el horizonte?
Son preguntas interesantes. Sé que hay gente optimista que confía ciegamente en que las cosas van a seguir igual, tal vez a costa de ciertos sacrificios asumibles por todos. Pero las cosas no parecen tan sencillas. ¿Seremos capaces de afrontar un largo periodo de restricciones de agua, de gas, de consumo eléctrico? ¿Y qué efecto tendrá la polarización política que nos ha enseñado a buscar a todas horas el enfrentamiento a gritos con el adversario ideológico, casi siempre por motivos idiotas? Un país que es capaz de crear una mini guerra civil propagandística con un atentado como el de las Ramblas de Barcelona, ¿podrá resistir una época de reducciones drásticas de consumo? Dejo ahí las preguntas.
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