Salvador Gutiérrez Solís

García

La tribuna

05 de abril 2015 - 01:00

MEDIA España quiere volver a cerrar los párpados, volver a dormir, descansar hasta bien entrada la mañana, pero es demasiado tarde, y ya han repartido los periódicos. Es muy difícil, yo lo contemplo como un imposible, leer García sin sentir como se te agrieta la piel, como se te remueve algo por dentro. Escuece, llega a doler, sí. Duele, araña. Los que admiramos su poesía, que nos contamos por legión, estamos de enhorabuena, porque tarda lo suyo en ofrecernos nuevo alimento. García es el nuevo poemario de Pablo García Casado, el cuarto libro inédito del autor cordobés, tras la publicación de su obra completa, bajo el epígrafe de Fuera de campo, igualmente en la editorial Visor. Un libro que es una ventana abierta a esta realidad voraz y cansina, a ratos, demasiados largos los ratos, me temo; una ventana abierta a este hoy que es tan desagradable, ruin e inhóspito con el hombre. No es éste un tiempo cómodo, tampoco simple: la sensación de que todo puede cambiar en cualquier momento viaja escondida en la maleta que mal arrastramos por esa autopista sin área de descanso, pero el candado permanece cerrado. No conocemos la combinación de las ruletas. Tampoco nos dejaron un libro de instrucciones, una guía, una luz en la oscuridad. Media España escucha las fauces de lo que se avecina.

Estoy pensando en mi hijo cuando veo a mi padre. Ya soy mi padre. Tras leer García no me cabe duda de que Pablo ha realizado un Boyhood poético con su propia obra, y puede que con su propia vida. En Las afueras encontramos al hombre que conoce a las mujeres, a la noche, que sufre las primeras decepciones, la gloria y el infierno que se esconden en nuestros días; el hombre que escapa una noche de viernes del jardín. En El mapa de América el hombre comienza a recorrer su camino, con una brújula que le muestra un mundo desconocido, diferente, inclasificable. En Dinero aparece el hombre que se enfrenta a la realidad, a las hipotecas, a los coches comprados en cuotas mensuales, a la sucia dignidad que nos reporta la posesión. En García, ese mismo hombre que hemos visto crecer en los poemas, se esfuerza por agarrarse a los clavos, ardiendo o no, que encuentra en el muro de la vida. Éramos felices, teníamos trabajo. Un hombre azotado por las circunstancias de una existencia que, tal vez, no es la prevista, pero que es la realidad de cada minuto de ese reloj que nunca cambia de hora. Y, sobre todo, en García encontramos, en gran medida, al hombre ante el reto, aventura, o como se quiera calificar, que supone la paternidad. Félix Romeo, cuánto lo echamos de menos, tenía una teoría sobre el padre actual que me fascinaba. El fallecido escritor no dudaba en asegurar que nos encontrábamos ante la primera generación de padres que demostraban sin pudor su cariño, su amor, hacia sus hijos, eliminando esa relación fría y lejana del pasado, basada única y exclusivamente en la autoridad. Este compromiso emocional lo analiza Pablo desde la perspectiva de la ansiedad, del dolor, que puede colarse en una infancia que decide escribirse con su propia caligrafía y siguiendo sus propias coordenadas. Y en García hay miedo, incluso terror, por aquello que no podemos controlar: nuestra propia vida. Quiero decirle a mis hijos: 'aquí tenéis la mañana, es toda vuestra, sin duda os pertenece'.

García Casado ha escrito un libro lúcido y necesario, hiriente por cercano, exacto por veraz, valiente, porque huele a miedo y escombros, a lágrimas y silencio. Y a pesar de su apariencia, del objeto, García es todo menos un libro breve, ya que su lectura permanece en tu interior durante mucho tiempo, es un runrún, un eco, que te acompaña, que te sorprende cuando te descubres dentro de un poema. Una vez más, Pablo García Casado lo ha vuelto a hacer, ha trazado una nueva coordenada de la poesía, de la Literatura, española, adentrándose en territorios desconocidos. Hay rutina, hay cafeteras gritonas en las mañanas lastimeras de esta España brumosa, hay latidos, tal vez de nuestro propio corazón. Puede que lo mío tenga algo de masoquismo, como esa costra en la rodilla con la que jugueteas en los veranos de la infancia, pero espero no tener que echar mucho de menos estos poemas que duelen y arañan, y que no dejan de ser al producto de una mirada civil, realista y precisa.

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