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Ayer, en estas mismas páginas, se nos detallaban los cuatro candidatos a nombrar el antiguo hospital militar Vigil de Quiñones de Sevilla, reconvertido durante la pandemia en hospital a secas, y que el día 20 conocerá su reinauguración, ya como elemento añadido, felizmente, al Servicio Andaluz de Salud. Los candidatos son el propio Vigil de Quiñones, don Rogelio, médico militar distinguido en Filipinas; doña Rosalía Robles Cerdán, fundadora del Colegio de Matronas de Sevilla; don Antonio Muñoz Cariñanos, prominente otorrinolaringólogo y militar, a quien ETA asesinó en el 2000; y por último, el impulsor del Hospital de la Caridad, don Miguel de Mañara y Vicentelo de Leca. Todos son, como resulta obvio, merecedores de tal honor. No obstante lo dicho, uno añadiría dos nombres más, dada su indudable relevancia hospitalaria, medicinal e histórica, estrechamente vinculada a Sevilla.
Un primer nombre es, lógicamente, doña Catalina de Ribera, fundadora de uno de los más grandes hospitales que conoció el Renacimiento, el Hospital de las Cinco Llagas, un formidable establecimiento, de relevancia europea, que hoy es la sede del Parlamento de Andalucía. Un segundo nombre, de la misma época y acaso de mayor importancia, es el de don Nicolás Monardes, excepcional médico sevillano, que herborizó, aclimató y estudió las plantas venidas del Nuevo Mundo (aún se conserva una placa en Sierpes, para recordar dónde estuvo su pequeño jardín botánico, antecedente del jardín americano que Hernando Colón cultivó extramuros de las puerta de Goles), y cuya importancia en la historia de la medicina solo puede conceptuarse de crucial. Por aquellas fechas, finales del XVI, otro médico español, Francisco Sánchez, escribirá su opúsculo Que nada se sabe (1581) para documentar, siguiendo a Epicuro y a Pirrón, la dificultad que entraña el conocimiento científico. Ese conocimiento, que vendrá de la práctica empírica, es el que rigoriza, siete años antes, don Nicolás Monardes, en su Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales que sirven en Medicina, impreso en Sevilla, en 1574, en casa de Alonso Escribano.
Muchos de los datos que hoy conocemos de don Nicolás se deben a la paciente erudición de don Francisco Rodríguez Marín, quien en compañía de don José Gestoso anduvo expurgardo legajos en el antiguo Archivo de Protocolos. Así lo cuenta el propio Rodríguez Marín en su biografía de Monardes. Sin demérito de los demás candidatos, la relevancia universal de don Nicolás es difícilmente superable.
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