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Antes de que la palabra idiota fuera un insulto, antes de que la Real Academia la definiera en su diccionario como tonto, corto de entendimiento o falto de instrucción, mucho antes de que la Ilustración se refiriera a la idiotez como un trastorno mental, los antiguos griegos, aquellos que edificaron el Partenón, el teatro de Epidauro y escribieron la tragedia de Edipo para decir a sus gentes que una sociedad evolucionada debía evitar el incesto, utilizaban la palabra idiota para referirse a aquellas personas que no se ocupaban de los asuntos públicos y se dedicaban en exclusiva a sus asuntos particulares. En su obra La condición humana, la filósofa y teórica política Hannah Arendt comenta que, si un hombre de la Grecia clásica carecía de recursos para dialogar y discutir sobre política en el ágora, se dedicada a sus asuntos propios, a actividades económicas productivas, artesanales o tal vez artísticas. Para que la carencia de recursos no fuera la razón de no participar en las cuestiones públicas, colectivas, de interés general, el estado otorgaba ayudas que provenían de los tributos que pagaban las ciudades sometidas, por ejemplo, a la preponderante Atenas. Por ese motivo, el que renunciaba a ese derecho subvencionado fue considerado con el tiempo alguien un poco tonto o ignorante, por no ocuparse de los asuntos políticos que sin duda le afectaban. Véase la idiotez, como dirían Tip y Coll.
En los tiempos actuales mantenerse al margen de los acontecimientos que están definiendo nuestra sociedad y la de las generaciones futuras como las políticas de educación, de salud y vivienda, las medidas sobre la emigración en países sin natalidad, el control del cambio climático sin perder capacidad de producción energética o las profundas desigualdades sociales y económicas que se amplían año a año entre grupos del mismo país, entre países próximos y entre continentes, es un lujo propio de idiotas. Abstenerse de participar en los procesos electorales en los que se definen el congreso y los parlamentos autonómicos en los que se va a legislar, es una idiotez. No ocuparse de las cuestiones que afectan a la ciudad en la que vivimos, como por ejemplo los servicios de todo tipo, las zonas verdes, el destino de nuestro patrimonio artístico y cultural es escoger un exilio interior que no se entiende. Porque es nuestra responsabilidad, debemos participar en debates y procesos electorales y sobre todo para que no nos tomen por idiotas.
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