Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
Un día en la vida
Cerca de la una de la madrugada un coche paró bajo el balcón y de él salieron dos negros enormes y una blanca con los pechos como los de las actrices de Supervixens. El negro más delgado y la mujer, que se agarró a la señal de tráfico de prohibido aparcar a la manera de una striper, se pusieron a charlar, mientras el otro, más corpulento, abrió el capó y sacó la rueda de repuesto y el gato de tijera y la llave de cruz, metió el gato debajo del coche y lo levantó y con la llave aflojó los pernos de la rueda delantera izquierda y la dejó en la acera, y mientras hizo todo eso el otro negro, con una camiseta de los Fugees y el pelo a lo afro, que era más joven que el que trajinaba en silencio y muy concentrado, no paraba de hablar con la mujer, que no era la más joven del trío, el más joven de los tres era el que charlaba con ella, y el mayor de todos era el que cambiaba la rueda. Por edad, cerca de la treintena, ella era la segunda, el negro que la escuchaba era un veinteañero y el de la rueda ya había dejado atrás los treinta. En la conversación entre la mujer, que no soltaba la barra de la señal de tráfico, y el negro más joven se oyeron las palabras "mi madre" y "Uruguay" o "Paraguay" -esto no puede concretarse-, las pronunció ella, que era la que más hablaba respondiendo a preguntas del negro joven, interesado en extraer el máximo de información de la vida de la chica. No era una charla jocosa ni seria, era banal, propia del momento, y tenía como función llenar el espacio vacío que había surgido inesperadamente en medio de la noche por culpa de la avería y ocupar el tiempo que el otro negro tardara en cambiar la rueda. Ninguno de los dos se ofreció a ayudarle. Tampoco el otro, que llevaba una camisa de árbitro de algún deporte eminentemente americano, la solicitó, sino que siguió con su tarea en solitario, como si ese cometido le correspondiera a él y sólo a él, mientras la pareja seguía con su charla. Así hasta que apretó las tuercas de la rueda de repuesto y le dijo a los otros dos que ya podían subir. Cogió la rueda estropeada y las herramientas y las metió en el maletero, que había estado abierto durante todo el tiempo, y después sacó una garrafa blanca de plástico y desenroscó el tapón rojo y vertió un poco de un líquido azul en sus manos y se las frotó y se las secó con un trapo marrón y cerró el capó y a continuación se puso al volante, consultó unos segundos el móvil, que resplandeció en la oscuridad, arrancó, metió la directa y enfiló la calle y los tres se dirigieron al que era su destino en medio de la noche con la rueda perfectamente colocada.
También te puede interesar
Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
La ciudad y los días
Carlos Colón
Siempre nos quedará París
Paisaje urbano
Eduardo Osborne
Memoria de Auschwitz
La colmena
Magdalena Trillo
Gracias, Errejón