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LA llegada desde el pasado jueves de los miles de jóvenes que van a estar en Córdoba estos días con motivo de la Jornada Mundiales de la Juventud, que clausurará Benedicto XVI en Madrid la próxima semana, ha sido la mejor herramienta para desarmar los tópicos y estereotipos que sobre esta celebración ha pesado en las últimas semanas. Desde hace dos días, las calles de Córdoba, al igual que las de toda España, están llenas de decenas de miles de jóvenes que ríen y canta, que se les identifican por los sombreros, las pañoletas y las banderas. La realidad desmiente a la ficción y estos jóvenes llegados desde los más dispares rincones del mundo no se diferencian en nada de los de aquí, comparten sus mismas inquietudes y sufren los mismos problemas. Ellos son católicos y por donde pasan dan testimonio de su fe, algo que a algunos incomoda. No hay más que verlos por la calle para comprobar que en ellos no se cumplen los tópicos que de forma tan gratuita como generosa se han derramado en estos días tanto sobre la Jornada Mundial de la Juventud como sobre sus participantes. La presencia de centenares de miles de jóvenes desperdigados por toda España es el mejor argumento para rebatir unas acusaciones que ahora no tienen fundamento, aunque seguirán teniendo seguidores porque la crítica contra la Iglesia católica es un deporte gratuito. Si hubiese que pagar, por poco que fuera, cambiarían las tornas.
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