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PALABRAS para cantar. Palabras para reír. Palabras para llorar. Palabras para vivir. Palabras para gritar. Palabras para morir". Esto ha sido siempre Labordeta: un bosque infinito de palabras, la tierra mineral del canto convertido en testimonio. El inicio de la columna es suyo: es la primera estrofa de su canción Palabras, incluida en Cantar y callar. Si algo ha hecho José Antonio Labordeta en estos años ha sido cantar. Si algo no ha hecho, ha sido, precisamente, callar, porque desde el principio de su vida pública -como escritor, como cantante, como conductor de programas televisivos, como diputado- se ha sabido deudor de una heredad de hombres con las vidas secadas bajo el sol del silencio. Más que conciencia de clase, la suya ha sido siempre una conciencia histórica, que es la ideología con la raíz telúrica del suelo. El suelo se lo ha pateado muy bien Labordeta, en su juventud y también más adelante, cuando presentó el programa de televisión Un país en la mochila, que sirvió a gran parte de la población, por no decir la mayoría, como recuerdo de una sociedad que se extinguía, ese grito apagado en la desolación de la lluvia amarilla sobre pueblos desiertos, siguiendo el título de Julio Llamazares. No sólo contaba ese libro oculto de oficios olvidados, esa artesanía de las tardes cosidas al abrigo del invierno, un registro de voces venidas de otro tiempo, que todavía era éste y se estaba inclinando, sino que también era un canto sostenido con pura resistencia ante el exterminio de esa vida, esa lentitud como un valor recuperado al menos en lo que duraba un episodio. Quien resiste no gana: resiste, que no es poco.
Para los que nacimos con la democracia, nuestro primer recuerdo de José Antonio Labordeta está muy asociado a aquel programa. Antes hubo discos, recitales, libros de poemas y dolor: el de la muerte de su hermano, el poeta Miguel Labordeta, el 1 de agosto de 1969. Ahora podríamos cantarle al propio José Antonio los versos que escribió entonces a su hermano: "El quiso ser / palabra sobre el río al amanecer, / y caminó / por viejas esperanzas que nadie entendió". Labordeta siempre fue su voz y también el recuerdo de su hermano, el otro poeta, el tronco de otra vida y de otra obra verbal. "Polvo, niebla, viento y sol. Donde hay agua, una huerta. Al norte los Pirineos, esta tierra es Aragón". Quizá José Antonio Labordeta ha sido, realmente, el último noventayochista: no tanto por la obra literaria, que también podría verse, sino por la intención de descubrir esa identidad que da la tierra, entendida no como discriminación geográfica, sino como una integridad que a todos nos acoge, y a todos nos empapa. La emigración, el hambre, la tristeza. Esa dignidad en el Congreso. Polvo, niebla. Viento y sol.
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