El balcón
Ignacio Martínez
Motos, se pica
La tribuna
CADA día tengo más claro que la lectura es uno de los ejercicios que más libertad nos proporciona a lo largo de nuestra vida. De hecho, considero a las bibliotecas, a las librerías, como auténticos espacios de libertad. Más que nunca es necesario leer, descubrir otras realidades, contrastar opiniones, formarnos, enriquecernos, vivir y crecer. En mi caso, al menos, mientras más preso e incómodo me siento en esta dura e interminable realidad que nos ha tocado vivir, o mejor padecer, más me entrego a los libros. ¿Huida? Tal vez, necesito sentir que no todo es como lo contemplo, que existen otras ventanas a las que asomarse y que éstas me ofrecen imágenes y perspectivas completamente diferentes. La lectura es el mayor antídoto contra el pensamiento único. En los últimos días, dos libros y un evento, me han reafirmado en esta creencia, he vuelto a sentir esa capacidad que la lectura -los libros- despliega ante nuestros ojos. Como cada otoño, y en esta ocasión más allá de la metáfora, ha llovido de verdad, recibimos en Córdoba la visita del hombre del paraguas, anunciándonos que Cosmopoética cumple una nueva edición. Un agradable empacho poético, que no necesitará de bicarbonato o Almax, no, todo lo contrario, se trata de una digestión agradable, nutritiva y saludable. "Todo es poesía. La poesía está en lo más pequeño y en lo más grande. En lo pequeño sobre todo", indicó esta pasada semana García Baena, uno de los nombres propios de esta edición. Plenamente afianzada en el calendario cultural de nuestra ciudad y país, Cosmopoética es el mejor y más transparente escaparate de la poesía, un espacio privilegiado en el que disfrutar, compartir, aprender y relacionarse. Que se siga celebrando, en estos tiempos de desprecio constante a la cultura, ya es una buena noticia, pero el que siga demostrando ese nervio, esa capacidad por reinventarse, es digno de elogio.
Cosmopoética nos muestra la imagen verdadera del creador, no somos tan extraños, no somos tan diferentes, cobijamos bajo nuestra piel los mismos anhelos y preocupaciones. Un ejercicio más de lo que entiendo como "naturalización de la literatura". Leer no debe considerarse nunca como un ejercicio exclusivista o lejano, debe ser uno más de los elementos de nuestra vida cotidiana. Durante varios días he estado visitando Canadá de la mano del novelista Richard Ford. Siempre es un placer adentrarse en las historias de este autor, placer que se acrecienta en su último título, y que les recomiendo por diferentes motivos. En Canadá encontramos los espacios geográficos, las confluencias y divergencias sociales de quienes las pueblan, pero también nos conduce por esos espacios íntimos que todos recorremos a lo largo de nuestras vidas, deteniéndose en ese periodo convulso y aturullado que es la adolescencia. Ford reflexiona en Canadá en el margen que los días y sus cosas nos dejan para trazar el itinerario de nuestra propia vida, si somos capaces de enfrentarnos al guión que otros han escrito previamente. Exhibiendo en cada línea la pulcritud y precisión de su característico estilo, Ford nos ofrece una espléndida lección del Arte de narrar.
No debemos tener miedo a lo hora de entrar en La habitación oscura de Isaac Rosa, pero sí que debemos tener muy claro que, de un modo u otro, nos encontraremos en ella. Aunque la oscuridad es la gran protagonista, nos descubriremos con meridiana claridad. Contemplaremos nuestros miedos, esas ilusiones que tuvimos y que el tiempo parece haber transformado en un naufragio de pesadillas y sueños rotos. La habitación oscura es una novela prodigiosa, por la fuerza de su narrativa, por el diagnóstico que nos ofrece, por su capacidad de síntesis y, sobre todo, por su sinceridad. Isaac Rosa te toca la piel, te acaricia, pero también te araña. A lo largo de los años y de los títulos, Rosa se ha convertido en un narrador poderoso y fotográfico, o mejor radiográfico, empeñado en mostrarnos esos rincones oscuros que tratamos de esconder tras la cortina. Gracias a esta novela, o a Canadá de Richard Ford, o simplemente dejándonos contagiar por la energía que rezuma Cosmopoética, podemos viajar, conocer, entender, otros mundos y personalidades, o nuestro propio mundo y personalidad, sin separar los pies del suelo.
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