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EL presidente Obama ha hecho un alarde de diplomacia esta semana con el primer ministro español. De visita en Washington, el presidente Rajoy ha podido oír al hombre más poderoso de la tierra elogiar ¡su gran liderazgo! Ahí queda eso. De todas las alabanzas que un buen seguidor suyo pudiera hacer a Rajoy, seguro que liderazgo no está entre las diez primeras. Pero los americanos regalan los oídos de sus huéspedes con generosidad.
El propio Obama ya le dijo lo mismo en su día a Zapatero e igual hicieron sus antecesores con Aznar o González. En estos encuentros lo menos que se despacha es que el invitado se vaya con un gran leadership atribuido, para regocijo de sus propagandistas. Diplomacia es habilidad para defender los intereses de un país, de manera elegante. Y si se hace sólo con palabras, sale gratis. Así que el entusiasmo con el que Rajoy volvió de su viaje le salió baratito a Obama.
Diplomacia también es disimulo. ¿Conocen ustedes los nombres de Kathleen Sebelius o Nancy-Anne DeParle? Así se llaman la ministra de Salud y Asuntos Sociales del Gobierno de los Estados Unidos y la primera directora de la Oficina para la Reforma Sanitaria. Pero el ObamaCare lleva el nombre del presidente. Aquí en España, sin embargo, la reforma educativa lleva el nombre de Wert, el endurecimiento de las sanciones a los manifestantes callejeros lleva los apellidos Fernández Díaz, la ley contra el aborto tiene la cara de Gallardón, el aumento de impuestos se llama Montoro y el copago sanitario se le atribuye a Mato. Como si no hubiera presidente o la cosa no fuese con él.
A esos cinco ministros, por cierto, los suspenden hasta los votantes del PP. Con la generosidad con la que Obama regala sus cumplidos se podría pensar que es un claro ejemplo de la habilidad gallega del presidente. Pero siendo rigurosos, a Rajoy se le podrá atribuir calma, sangre fría, prudencia o lo que se quiera, pero nadie puede creer que esté investido de un gran liderazgo.
Los desmedidos elogios del presidente Obama han tenido una compensación en el intercambio de regalos. El español le entregó al americano tres facsímiles de obras con cinco siglos de la Biblioteca Nacional y recibió a cambio unas chocolatinas con barras y estrellas, el emblema de la Casa Blanca y la firma impresa de Barack. La generosidad de Obama se agotó en las palabras y el huésped español le salió doblemente barato.
La moraleja es que el liderazgo, como el cariño verdadero, ni se compra ni se vende, ni se consigue por obsequio de un tercero. El liderazgo, como el poder, se ejerce, no se ostenta. Y Rajoy, no ejerce. ¿O sí?
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