¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
¿Dónde está la ultraderecha?
En tránsito
En Ruanda, en los meses terribles del genocidio de 1994 contra los tutsis, circulaban listas de personas que debían ser eliminadas. Adversarios políticos, defensores de los derechos humanos, personas incómodas por su actitud o por su ideología, o todos los que pudieran ser considerados cercanos a los tutsis o favorables a los tutsis aparecían en esas listas de ciudadanos que después eran eliminados a machetazos en las calles o en sus propias casas. Por supuesto que esta práctica es universal. Durante nuestra guerra civil -y en ambos bandos- circulaban listas de personas que debían ser eliminadas sin contemplaciones. Y esas listas eran muy efectivas. Si alguien aparecía en una de ellas, podía darse por perdido.
"Ayuso, fascista, estás en nuestra lista", coreaban algunos de los manifestantes que protestaban en Madrid por el asesinato -todavía no aclarado- de un chico homosexual llamado Samuel Luiz (un chico, por cierto, que parecía una persona admirable en todos los sentidos). Y estos días también hemos visto cómo desde el otro lado ideológico se señalaba al editor de una revista satírica para incluirlo en una lista de indeseables. Esa era la táctica de ETA en el País Vasco contra las personas a las que primero se señalaba y luego se eliminaba. Esa era la táctica de los regímenes totalitarios: señalar al disidente, acusarlo de los peores delitos (todos inventados) y después exponerlo a las iras del populacho o de la policía política. Cualquiera que tenga dos dedos de frente debería saber que esta abominable forma de actuar nos está devolviendo a las peores épocas del pasado, pero todo esto se está haciendo con gran alegría. El otro día, un joven escritor pedía hacer listas de todas las personas que se opusieran a la nueva ley trans. Si detrás de esta actitud de apuntar cuidadosamente los nombres de los adversarios no se oculta un peligroso Robespierre -o un Stalin, o un Mussolini, o un Franco- que sueña con guillotinas y con pelotones de ejecución, es que estamos ya tan ciegos y tan anestesiados que no somos capaces de ver nada, ni siquiera lo que tenemos delante de las narices.
Da miedo ver cómo está proliferando el odio entre nosotros y cómo nos estamos convirtiendo en una sociedad de fanáticos que se dejan arrastrar por los reflejos condicionados de su ideología más tóxica. Mal asunto, amigos.
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