Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
Fragmentos
Sentado en la cávea de uno de los teatros romanos que han llegado hasta nosotros y admirando sus formas rotundas y magníficas, se siente una extraña sensación: la aparente victoria de la arquitectura sobre el espectáculo teatral que fue la razón de su construcción. La sensación se hace más fuerte si nos encontramos en uno de los teatros (Mérida, Orange, Siracusa, Taormina, Itálica, Baelo Claudia, etc.) que han conseguido detener el proceso de retorno a la piedra y a la tierra, que está implícito en toda ruina, en ese pulso que la naturaleza y el tiempo tiende a la mano del hombre que alteró la geometría de la roca para convertirla en su creación. ¿Qué los hace diferentes a esos otros sitios que sólo nos devuelven el poso romántico de la ruina, del deterioro como valor de la nostalgia por una civilización perdida u olvidada? La respuesta es simple y estimulante: su utilización como recinto de espectáculos. Ópera, danza, teatro y música dan vida y sentido a los viejos edificios. Usar para conservar, como sencilla y eficaz receta para preservar nuestro patrimonio monumental.
En estos tiempos difíciles de la pandemia del Covid-19, que ha puesto patas arriba nuestra forma de vivir, la cultura nos ayudó en la parte más dura de la cuarentena y nos sigue marcando el camino, con su entusiasmo y su gusto por las cosas bien hechas, a pesar de las dificultades de todo tipo de las circunstancias actuales. Programadores, autores, directores, intérpretes, diseñadores, técnicos, contribuyen a que miles de espectadores puedan participar en la ancestral ceremonia de una representación teatral.
Cuando la fuerza del sol cae, nos emocionamos al sentir los susurros de las voces de todos aquellos que nos precedieron en el escenario y en las gradas de un teatro romano. Para comprobar el triunfo del arte efímero sobre el tiempo y la naturaleza. De un arte ligado a la tradición, que juega con la historia y la transforma en instantes presentes. Se modifica sin cesar, sin abandonar nunca su antiguo cuerpo. La simultaneidad del ayer, del hoy y del mañana es un momento único que solo el teatro puede producir. Cuando bajo la luna llena de agosto los espectadores llenen las gradas y comience el espectáculo en Mérida, en Itálica, en Baelo Claudia, veremos a unos personajes creados hace más de dos mil años, tomando vida ante nosotros. ¡Viva el teatro!
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