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Crónica levantisca
Marruecos esperaba que al tuit con el que Donald Trump declaraba la soberanía de Marruecos sobre el Sahara le siguiese, en cascada, el reconocimiento de otros países y la apertura de consulados en ciudades de estas antiguas provincias españolas. Ni ningún país de la Unión Europea ni ninguno de los miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas dieron el paso siguiente, y por contra, el Gobierno marroquí tuvo que ver cómo el objeto de esta transacción -el establecimiento de relaciones con Israel- se convertía en un peligroso búmeran. Netanyahu, aliado de Trump, borbardeaba Gaza para escándalo de miles de marroquíes, muchos de los cuales salieron a protestar en las calles de Rabat. Ante esta falta de movimientos internacionales y las dudas de Joe Biden, que no ha negado a Trump en este aspecto, pero tampoco termina de confirmarlo, Marruecos perdió los nervios con España por recibir en Logroño al líder del Frente Polisario. Lejos de ejercer una presión diplomática por cauces homologados -hubiera bastado la llamada a consultas de su embajadora-, arrojó a su juventud pobre, niños incluidos, al mar, y quedó retratado ante toda la Unión Europea.
Cuando el secretario de Estado de EEUU, Antony Blinke, telefoneó a su homólogo marroquí el mismo día del Tarajal, hablaron del intercambio Sahara por Israel, pero Biden sigue sin rematar la transacción.
Marruecos se sumó al Acuerdo de Abraham, en el que ya hay otros tres países árabes que reconocen a Israel, y a cambio obtuvo la consideración sobre el Sahara, una aspiración que es legítima, pero que debe solventarse de acuerdo con la legalidad internacional. Naciones Unidas tampoco insiste ya en el referéndum de autodeterminación, y Marruecos hubiese esperado de España otra visión sobre su propuesta de autonomía para el Sahara.
Pero España tiene otro socio problemático en la región, es Argelia, que nos surte de combustible y que también ejerce una presión migratoria sobre las costas mediterráneas cuando lo considera conveniente. Así que entre el uno y el otro, el Gobierno de Sánchez terminó por aceptar la llamada argelina para salvar la vida de Braim Gali. Esto ha sido todo. Es muy complicado estar entre dos enemigos que no comparten ni frontera porque la tienen cerrada.
Ante este asunto, el PP tendría que haberse puesto al lado del Gobierno español, no del Ejecutivo de Pedro Sánchez, sino del representante de España. La angustiosa prisa de Casado por ganar le ha llevado a incurrir en el error del PP de sólo comportarse como partido de Estado cuando está gobernando.
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