Matanza

Rafalete, la gloria de san agustín

12 de octubre 2008 - 01:00

AHORA que el frío asoma por la vuelta de la esquina, comienza el tiempo de las matanzas, que es ya una cosa industrial, que se hace en los mataderos, pero que antes se hacía en muchas casas, y que daba para comer todo el invierno. Porque como se suele decir, de los cochinos nos gustan hasta sus andares.

Unos amigos míos del barrio, desde ya hace un montón de años, cuando se acerca noviembre se van a un cortijo por Cardeña, de unos parientes o algo así, y hacen una matanza, y me han invitado a que este año me vaya con ellos. Yo les he dicho que sí, que se pasa un día bueno y además haces una cosa diferente por lo menos. Yo no sé si vendrá Soraya, que no la veo yo viendo una cosa así, que no todo el mundo lo soporta, y es de comprender. En mi casa, muy de niño yo, mis padres hicieron matanza un par de años, y la verdad es que algunas cosas se me han quedado en la cabeza para toda la vida. Me acuerdo como si los estuviera escuchando ahora mismo de los gruñidos que pegaba el cerdo mientras lo colocaban en la pared, que anda que no se movía para defenderse, que una vez me contó un abuelete que a un primo suyo le arrancó dos dedos de cuajo y tengo que creérmelo, que los dientes que tiene no son pequeños precisamente. La verdad es que me asusté un montón, también yo era muy pequeño, que pudiera que tuviera tres o cuatro años y no más, y que me quedé la mar de impresionado, aunque también es verdad que luego me lo pasé de lujo y vaya hinchón de comer que me pegué.

Porque digan lo que digan, lo mejor de una matanza es cuando se empieza a comer, que te pones de grana y oro, y lo bien que te lo pasas, porque hay siempre un montón de gente, cada cual contando sus cosas, que es lo que a mí más me gusta. Yo creo que no habrá cambiado mucho la cosa, y si mal no recuerdo luego empiezan a hacer la morcilla con la sangre del bicho y la prueba de la matanza, que eso está de locura, que te llega la pringue hasta los codos de meter pan en el perol. Y luego se van sacando trozos de carne, que te vas comiendo a la parrilla o frita, una locura, para qué más. Mi madre se manejaba como ninguna haciendo chorizo y morcilla, que la hacía como le había enseñado mi abuela, que yo no he probado cosa más rica en mi vida. Luego las dejaba colgando unos meses, para que se secaran, todavía me acuerdo yo de las gotillas que iban cayendo en el suelo, y del olor que dejaban, que se colaba en todas las habitaciones de la casa. En fin, que esto es lo que me espero encontrar dentro de unos días, aunque también puede ser que haya cambiado, como cambia todo hoy en día. Ya les contaré lo que me encuentro.

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