Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
reloj de sol
AYER en Alcalá de Henares la literatura, la vida, la emoción, eran enteramente femeninas. Pocas veces se podrá asistir a un acto literario de la sencillez, la sobriedad, el sentimiento calado más allá del papel, de su aire espeso, como una cualidad que a todos nos volviera más livianos, más libres en el acto de leer y escribir. El discurso que leyó Ana María Matute, discurso de recepción de su Premio Cervantes, fue el de una niña tierna que no ha olvidado aún ni la infancia mejor ni su ternura. Fue dulce pasear por las calles de un tiempo devastado por la guerra, en el que esas tres palabras mágicas, "Érase una vez", fomentaban el caldo de la imaginación, su textura diversa de varios planos plásticos, vividos, como una geografía intangible de sueños, pero también real.
Ana María Matute, en el discurso, ha vuelto a ser la misma muchacha temblorosa que una vez llegó a las oficinas de Destino, con su primera novela escrita a mano en un cuaderno de hule negro, vestida a la usanza de entonces, con falda oscura y calcetines blancos, sin ni siquiera haberla mecanografiado antes, y nos ha devuelto a todos la anécdota convertida en un milagro de la memoria hecha reescritura. Se acordó entonces del caballero que, tan amablemente, la estuvo atendiendo entonces en su despacho, explicándole que no podía presentar una novela así, que tenía que pasarla a limpio en una máquina de escribir, y que una vez lo hiciera ellos le darían una respuesta. Aquel hombre era el escritor Ignacio Agustí, por entonces en Destino, que acababa de tener un gran éxito de crítica y público por su novela Mariona Rebull. Ana María Matute le recordó ayer, del mismo modo en que también nombró a Gonzalo Rojas, muerto hace muy poco, y fue recuperando ese relato que comenzó una vez, cuando tenía apenas cinco años y decidió que por encima de todo sería únicamente una escritora.
Tantos años después, lo ha conseguido. Pero quizá también lo logró entonces. Fue también especial el discurso de Ángeles González Sinde -otra mujer-, refiriéndose a una fotografía que lleva siempre en la cartera, en la que aparecen Ana María Matute y Ana María Moix: dice que le da fuerza, y es comprensible. También estaba ahí Ana María Moix, como Juana Salabert, Soledad Puértolas, Ángeles Caso, Paula Izquierdo.... Mujeres. Ayer fue el día de las mujeres, por fin, en la literatura española. Algo se respiraba allí, una sensación de plenitud con representación femenina cordobesa: también estaba dentro Juana Castro, flamante ganadora del Premio de la Crítica por sus Cartas de enero. Ha sido un día genial. No es que uno crea demasiado en las etiquetas literarias -literatura "femenina" es una de ellas-, pero ha sido estupendo contemplar esta fiesta de mujeres escritoras, con su hermosa gran maga.
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