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SIN la conspiración histórica, hoy el nacionalismo es poca cosa. La coyuntura autonómica, el respeto garantista de la singularidad territorial y la dimensión global del barrio de uno hace que la reivindicación romántica se haya convertido, una vez más, en lo que siempre ha sido: la justificación de una impostura, convertida en reubicación laboral para unas gentes que no ven más allá del marco de la puerta. El nacionalismo es esa puerta, convertida en país. A mí me parece muy bien que todos los candidatos a las elecciones autonómicas, tanto las vascas como las gallegas, o como las catalanas cuando vienen, se refieran a su región diciendo "este país": puede ser que Galicia sea un país, puede ser que Cataluña sea un país, y hasta puede ser, también, que Euskadi sea un país. Puede ser, pero yo no lo creo: entre otras cosas, porque cada vez que escucho este discurso, esta agonía verbal del reconocimiento ajeno, la necesidad nacionalista de una identidad reconocida, tengo la impresión de que esta gente ha otorgado a la reiteración un efecto continuo de refrendo, como si machacar el oído ajeno una y otra vez con cualquier afirmación, sea la que fuera, de la naturaleza que fuese, ya sea sobre países, aldeas o apariciones en el bosque, diciendo "este país" equivaliese a su natural aceptación como verdad objetiva, como si a partir de ese momento la aldea o la comarca se convirtieran precisamente en eso, en un país, por ese mero efecto de una pesadez.
En la España de hoy, como en el mundo, el nacionalismo es una ridiculez. Ver a tantas gentes subidas al estrado de una crispación, sólo para afirmar que viven en un país, que su calle es su país, que su valle tan verde como el de Ford en la lluvia es también un país, es la revelación de una impotencia: la de no concebir la propia vida sin una afrenta histórica, sin un dolor histórico, sin su enemigo histórico, contra el que cimentar cualquier discurso. Es lo que hemos visto con ese candidato que ha debido creerse Espartaco ante los romanos, con un vídeo electoral en el que los gallegos se levantan diciendo: "Yo también soy Anxo Quintana". Pero, ¿quién es el pueblo invasor? ¿El estado español, centrista y terrorífico? El disparate alcanza cotas increíbles si nos adentramos en el maravilloso mundo del Movimiento de Liberación Vasco, cuando aquellos que no acatan su régimen de extorsión y pillaje, rebelándose contra el mundo independentista, son respondidos con "Vosotros, fascistas, sois los terroristas", como si no lo fuera aquel que porta la pistola cargada disparando al futuro.
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