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Es evidente que la existencia de la Feria de Nuestra Señora de la Salud no se puede negar. A no ser que haya quien piense que esa tremenda portada que luce durante más de una semana a los pies de El Arenal es un holograma y solo es fruto de su visión. Pero, como todo en la vida, también hay a quien ir hasta la Feria es un verdadero suplicio y prefiere no desplazarse hasta ese lejano recinto por todas las incomodidades que le supone para su día a día. Es decir, que aunque no guste admitirlo, hay a quien no le gusta la feria y punto. Se merecen todo el respeto del mundo e, incluso, puedes llegar a compartir algún que otro de sus argumentos. No hay que tener vergüenza por admitir que no te gusta ir a la feria, por si alguien prefiere dar la callada por respuesta, resignarse e ir lo justo si es que no tiene más remedio -en algunos casos, nobleza obliga-, aunque por dentro se esté lamentando y de su rostro no salga ni una mísera sonrisa, sino más bien tedio, horror y desagrado.
Puede que todo sea producto de la edad, porque a más años, más sabiduría e inteligencia -o no- y lo que antes era el desquite y novedad, se convierte en todo lo contrario. El brutal sonido de las atracciones de la calle del Infierno, el feriante que intenta convencerte de que tienes que gastarte unos euros en su tómbola para que, probablemente, te lleves un tostador o un patinete eléctrico, la música que no para de sonar de manera atronadora en las casetas como si fuera un castigo o, peor aún, un auténtico martirio. El insoportable calor que suele hacer, la falta de sombra que es insoportable, los restos orgánicos que dejan los caballos en su camino por las calles del recinto ferial, el tufo a orina que sale de detrás de algunas casetas… Todo ello -son solo algunos aspectos negativos por parte de quienes no comparten el gusto por disfrutar de la feria- puede ofrecer una visión negativa de la fiesta que cierra el Mayo Festivo. En contra, los pingües beneficios que reporta para la ciudad, los que la aman por encima de todas las cosas y que la ven como el summun de la felicidad y a la que van siempre que pueden o quienes posturean lo más grande -demasiado ya tanto empalago, las cosas como son- y no dejan de dar fe de lo contentos que están en sus redes sociales.
Lo dicho, para gusto, colores, el respeto por encima de todo y quien quiera, que vaya, y si tiene que ir por obligación, pues que, al menos, la disfrute, que ya se acaba.
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