Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
Brindis al sol
Las informaciones recogidas en “Por una escuela bilingüe” para ser entregadas a los eurodiputados que visitaron recientemente Cataluña no pudieron ser negadas, dadas sus evidencias, por las autoridades de la Generalitat catalana. Optaron por asumir, ante los políticos europeos, un desdeñoso silencio, con la arrogancia de los que creen contar con la bendición de Dios. Sin embargo, esos textos de denuncia, leídos con atención, despiertan escándalo e indignación, y obligan a pensar que la histeria obsesiva ahí concentrada, respecto a la enseñanza del catalán, desborda cualquier principio civilizado. Los eurodiputados no podían creer que en un país europeo, como España, hubiera una región en la que las sentencias judiciales no se cumplieran, y, además, los responsables educativos se jactaran de ello. Niños, con apenas unos años, si hablan espontáneamente ¡en los recreos! en castellano son coaccionados, por unos supuestos inspectores, infiltrados, que les atemorizan reiteradamente con la amenaza de que deberán abandonar Cataluña, que no encontrarán trabajo. A lo que se añade un innoble espionaje hogareño, hurgando y preguntándoles por la lengua que emplean en casa. Por increíble que esto pueda parecer, hurgar así en criaturitas que todavía no han alcanzado el uso de la razón, es una norma política en uso impuesta por el Gobierno de la Generalitat, y tolerada con la mayor naturalidad por unos partidos constitucionales cuya primera y principal función sería evitar tal intromisión ideológica en la mentalidad de un niño.
Pero tal monstruosidad no ha surgido de manera innata. Ha estado incubándose durante años, sin provocar reacción epidérmica alguna. Quizás, porque en Cataluña, tras el desarrollo económico conseguido, se pensaba que, incluso los políticos separatistas, era gente civilizada y monstruosidades así eran imposibles. Pero no. El separatismo se percató pronto, que excepto la lengua, el catalán, ninguna otra diferencia podía esgrimir para justificar su supuesta singularidad con el resto de España. Y se lanzaron en tromba a convertir la lengua, un bello instrumento de puente y comunicación, en un medio para separar/expulsar a los “otros” de la comunidad sagrada de los “nuestros”. Para ello, revolvieron en conventos y monasterios buscando esa clerigalla, heredera del carlismo, siempre adicta a repartir excomuniones, los colocaron de funcionarios, bien retribuidos, y los dedican a ejercer aquel antiguo oficio que apenas habían olvidado: el de nuevos inquisidores. Ante el silencio acomodaticio de tantos otros españoles.
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