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Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
La aldaba
Si no le ponen zancadillas, el empresario José María Garzón puede dar el campanazo el 12 de octubre en la plaza de toros de Córdoba, un coso de grandes dimensiones donde se pueden guardar perfectamente las distancias debidas entre los aficionados. La Fiesta anda necesitada de revulsivos, pero hay que evitar a toda costa las dañinas imágenes del festejo de El Puerto de Santa María, utilizadas además para clavar más y más banderillas sobre un espectáculo único. Es la hora de los valientes, pero sin dejar de tener muy claro que los enemigos de la fiesta de los toros están dentro de ella. El cartel del 12 de octubre puede ser de relumbrón: Morante de la Puebla y Juan Ortega. ¿Toros? Zalduendo o un hierro de similares características. El morbo está servido con la presencia de José Antonio y la de la nueva revelación del toreo. Morante asume el riesgo de que Ortega consiga cuajar un faenón como el del pasado 30 de agosto en Linares. El festejo tendrá todo el morbo del mundo: taurino y político. Será un gran reto para el empresario, para los actuantes y para un espectáculo que ya estaba en crisis antes de la pandemia. Se pueden lograr más minutos de difusión en los telediarios de las cadenas públicas, programas especiales y rebajar el precio de las entradas para los jóvenes, pero si no hay toreo de verdad que recupere la atención de los aficionados es cuando de verdad la Fiesta puede entrar en el tramo final de su proceso de decadencia. Nunca mejor empleada la frase de que se necesitan corridas "que hagan afición". Si los propios empresarios se pegan codazos entre ellos, si algunos miran con recelo la iniciativa de Garzón, si los matadores no bajan el caché y los poderes públicos se atemorizan, quien paga los platos rotos es el propio espectáculo. La pandemia será la puntilla. Será importante que la corrida de Córdoba se celebre con todas las garantías, pero más lo será que sea un triunfo como espectáculo propiamente dicho. Escrito está que la auténtica fiera ruge en los tendidos. Pero de tantos rugidos puede acabar con la propia fiesta sin necesidad de que los antitaurinos hagan absolutamente nada especial. No hace falta un meteorito especial para acabar con los toros, sino una pandemia en el momento con menor número de toreros capaces de levantar el entusiasmo y un Gobierno que tiene una perspectiva absolutamente ideologizada y sesgada de todos los asuntos. La Fiesta necesita su propia transición de una vez por todas al siglo XXI. Y eso no sólo requiere que los toros embistan, sino que los propios taurinos no peguen tornillazos.
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