Salvador Gutiérrez Solís

Otoño, sus cosas

La tribuna

22 de septiembre 2014 - 08:22

NO es país para millonarios, o los millonarios no son para el otoño, escoja. Esos grandes almacenes que nos anuncian y anticipan el cambio de las estaciones están de luto, aunque seguro que hacen un poder y una chica mona, o una pareja de actualidad, es lo mismo, se asoma a la pantalla de nuestra televisión para decirnos, anunciarnos, proclamar, bailar, reír y lo que haga falta, que es otoño. Otoño, otra vez, con sus cosas. Al otoño le profeso el mismo cariño que a los lunes, al 31 de agosto, a Godín y a Piqué, y al olor de la naftalina. Ningún cariño, nada de nada, pero ya está aquí, queramos o no. Este otoño, además, me temo, será uno de esos otoños que sufro con mayor intensidad, con luz de invierno y calor veraniego, que es una combinación que detesto profundamente, de la misma manera que detesto un resfriado en verano: cada cosa a su tiempo -hagan cola, por favor-. Mis quejas no sirven de nada, los árboles clarearán sus copas, los abrigos y jerseys llamarán a las puertas de nuestros armarios y los románticos eternos sucumbirán en su tristeza romántica y premeditada, y volverán las golondrinas que sobrevivieron a la tragedia de Chernobil. Tiempos de castañas y depresiones varias, tiempo de peroles en nuestra tierra, cuchará y paso atrás, paraíso del cuñado con parcela, sofritos mareados, barbacoa de obra, nuevas parejas en la fiesta del dominó y vámonos que nos vamos antes de que el invierno nos congele las ideas y hasta la calva. Será porque nuestro clima así nos lo ha impuesto, pero lo cierto es que disfruto poco las estaciones templadas, esos breves pasadizos que nos conducen a las profundidades del verano y del invierno, estaciones puras donde las haya. Puro como decían que era Botín, que en las cuevas de Altamira, eso cuentan, un dibujito que representa a un monigote que se queda con los huesos del resto, por lo visto representa a un antepasado cavernícola del fallecido banquero.

Dos minutos tardaron en aparecer los primeros montajes y gracietas en torno al difunto, con medio metro de tela tenemos para siete túnicas, y hasta para toda la procesión si nos ponemos. Cuando queremos, nos cunde la cosa, ya lo creo. Hubo quien repasó con saña y regusto al banquero, trayectoria y principales gestas o ingestas, y también hubo quien propuso su canonización inmediata. Como suele suceder en estas cosas, y en algunas más, en el término medio, en la zona templada, suele encontrarse eso que consideramos la verdad, y que casi nunca tiene la cara que más nos gusta. Es otoño y no falta una maqueta en Córdoba, faltaría más. Si no fuera porque ya no me creo ninguna, que han sido muy pocas las que han escapado del limbo de la virtualidad, la que se ha presentado del futuro Palacio de Congresos me gusta, o no me disgusta, que ya no sé dónde situar la coma. Si no fuera por los precedentes, por ese interminable cementerio de maquetas ya putrefactas, la contemplaría como real, asequible, lógica, una buena idea, en definitiva. Como siempre, el tiempo dictará sentencia, como en un poema de Dylan Thomas, que es un poeta a leer en otoño y hasta en cualquier estación. Lea, y lea poesía, que todas las contraindicaciones del prospecto son beneficiosas. De verdad, hágame caso, y deje de preocuparse por su colesterol.

Gracias a la poesía, precisamente, el otoño en Córdoba es más llevadero, mucho más llevadero. Como todos los otoños, y eso hay que elogiarlo, que este chaparrón de crisis y angustia ha devorado multitud de eventos similares, el hombre del paraguas se pasea por nuestras calles vociferando poemas a los cuatro vientos. Estupenda oferta la de esta edición de Cosmopoética, festival plenamente consolidado en el mapa cultural de nuestro país, que nos enseña cada año, verso a verso, que sería posible un mundo sin poesía, sí (hay quien lo habita en la intimidad), pero que sería un mundo mucho más feo, apagado, hueco y mudo. Córdoba capital de la poesía, pero también de la utopía, de la diferencia, cotizando en esa bolsa que no entiende de Ibex35 y demás nomenclaturas, pero sí, y mucho, de emociones, de texturas, de sueños que desfilan ante nuestra vista con el aspecto de la realidad. Acabemos, tras esta ración más dulce del otoño. Porque ya es otoño, sí, abra su paraguas y póngase a resguardo, aunque no llueva.

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