¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
¿Dónde está la ultraderecha?
Cambio de sentido
Bob Dylan dejó dicho que en sus conciertos no se sacara el móvil, por lo que supongo que habrá habido más de un infartado: para qué ir a un concierto de una leyenda viva si no puedes ponerte en medio de todo aquello y subir un reel o como se llame, con los ojos arrasados en lágrimas, contando que “jo, es todo muy fuerte”. Cómo no usar el móvil a modo de mechero conciertil y no poner la pantallita entre el presente y tus narices. Cómo no impedir la visión, a quien quiera verlo de veras, alzando tu móvil junto al enjambre de otros móviles, a la altura de su cara. Cómo no consultar en tiempo real en qué año se publicó el tema que está cantando. Y entonces, ¿no se hace viral cada momento? Cómo se nota que el viejo Dylan va de jipi y de sobrado y no necesita estas cosas…
De un tiempo a esta parte tengo un nuevo sueño recurrente. Cada dos por tres, sueño que avanzo por un paisaje que me entusiasma, lo quiero atrapar con mi móvil y compartirlo a alguien por wasap, pero aquello que retrato o grabo es radicalmente distinto a lo que ven mis ojos. En lo real hay un monte verde, por ejemplo, y en la imagen sale un desierto. O al revés, la tierra yerta se transforma en un paraíso en la pantalla. Tal vez mi inconsciente capta que, en este mundo empantallado, asistimos en primera persona a un juego de espejos que deforman lo real y engrosan la máscara de cada individuo que se presta a este juego. Los actos colectivos se convierten en pseudoacontecimientos–hace décadas que Giovanni Sartori nos previno de esto–: son porque hay una pantalla, se diluye su esencia en la apariencia, y dejan de consistir en gente junta viendo o escuchando algo para pasar a ser una sumatoria crematística de individuos ensimismados que viven por su cuenta la movida. Los conciertos en los que, además, se ve el escenario a través de la realización retransmitida en pantallas, que a su vez grabamos y subimos desde nuestros móviles, son una fantasía fractal deliciosa. Un día voy a mandar a mi móvil en dron a un concierto de esos en los que se ve el escenario a través de pantallas, y que después me lo cuente.
Como cuando se iba la luz durante la tormenta, y entonces los amantes volvían a serlo, al insomne le entraba sueñecillo y los niños pedíamos cuentos de terror a la luz de las velas, llegará el momento en que nos quiten un ratito el móvil (ese chupete) y entonces, después del mosqueo y el monazo, sentiremos que la vida son más cosas. Fijo que también nos cobrarán por ello.
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