¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
¿Dónde está la ultraderecha?
Ojo de pez
Ahora que Zizek ha publicado su Pandemia entre nosotros, al menos ya tenemos claro para qué ha servido todo esto. Aunque uno prefiere el pesimismo schopenhaueriano de Houllebecq: el mundo no va a cambiar, sólo irá un poco a peor. Pero, por si sí o por si no, el advenimiento de un nuevo paradigma, de un cambio no sólo de costumbres higiénicas, sino de patrones culturales, parece a la vuelta de la esquina, lo que desde luego habrá que celebrar a mayor gloria del sector editorial en su división ebook. La máxima es firme: el mundo postcoronavírico no puede ser el mismo. Hay que fijar un nuevo rumbo y pensar las relaciones, las leyes del mercado y las divisiones estratégicas de otra manera. Digamos que a esta generación tan empeñada en pasar a la Historia como caso aparte (recuérdese toda la excepcionalidad autoproclamada en el 15-M) esta crisis le viene que ni pintada. Sin embargo, qué cosas: un sencillo análisis racional asumiría que la opción más favorable no es el abrazo de un paradigma distinto, sino un refuerzo de determinados elementos que en el paradigma presente han quedado erosionados y puestos en entredicho. En concreto, los elementos que tienen que ver con lo público como eje central de la cultura y la economía. Lo público ya no es un capricho, ni un exceso: es, o debería, una convicción.
Desde la misma izquierda del 15-M hemos asistido al descabello del llamado régimen del 78 y a todos y cada uno de los espacios de confluencia sociopolítica generados desde la Transición, en virtud de un adanismo insoportable. Desde la derecha, así como desde buena parte del PSOE más pragmático, se ha dado una renuncia a la conciencia paternalista de lo público heredada del franquismo en favor de una asunción del liberalismo más segregador y hegemónico, con vivas demostraciones de desprecio y chulería a todas las conquistas sociales que la sociedad española ha podido adjudicarse en democracia. Como resultado de todo esto, se ha asentado una consideración de las manifestaciones de lo público, como la sanidad y la educación, próximas al derroche inútil, al mantenimiento de ganapanes, al cáncer del que España debe librarse para prosperar. Pocas veces la terrible figura del hecho a sí mismo ha tenido tanta reputación. Pero si algo nos ha dejado esta crisis es la evidencia de que nadie se hace a sí mismo. De que nos necesitamos. De que el éxito personal responde a la responsabilidad del otro.
Y eso ya figuraba en nuestro paradigma, bien clarito. Sólo habría que dejarlo limpio, proyectarlo y lucirlo como patrimonio común. Aunque quede menos distópico.
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