Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Cambio de sentido
Me quedo atrás, sálvense ustedes, seguid sin mí! Cuando una no comulga con absurdas dicotomías como Las mujeres no lloran, las mujeres facturan ("¡Vosotras no facturad, cobrad en B!", proclamaba el otro día a una muchacha), ni dice random a todas horas, ni entiende qué hay de avance en perder el culo por perrearle a una bragueta, ni está dispuesta a dejarse los ojos y las horas mirando notificaciones en el móvil, siente que su reino no es de este mundo. Ni ganas. No hay nada más ridículo que intentar sintonizar con tendencias que no sentimos como propias. A poco que miremos en torno, descubrimos que lo que emerge como moda, corriente y esas cosas que confundimos con el espíritu de una época y que relucen como el oro, son puro golfi. A nuestro lado, de todas las edades y estilos, hay gentes despiertas que se pispan de la falsía y de las absurdas cadenas herrumbrosas, y no se dejan adormecer por el sopor.
El otro día vi unos vídeos de un desfile de Louis Vuitton, moda hombre, inspirado en los sueños infantiles. La escenografía: una casa por dentro, distintas estancias, un coche en la puerta. Los modelos tenían que rular por allí, tratando de no descoyuntarse a cada paso, mientras Rosalía cantaba embarcada en lo alto del haiga, o hacía cameos revoleada en la cama o el sofá. El desfile fue un éxito rotundo. (Me ha salido un endecasílabo melódico).
En cambio, lo que yo vi en aquellos vídeos era un desfile de figuras fantasmagóricas, como de ánimas del purgatorio, que parecían deambular por el IKEA. Un modelo se plantó frente a Rosalía, que estaba tirada en una cama, y se me antojó ver al mismo Nosferatu. No sé cómo a la cantante no le dio un chungo. Otro puso derecho un peluche de la cuna. Más miedo. Allí había más terrores nocturnos que sueños infantiles. No discutiré sobre los trajes, pues los atuendos masculinos piden a gritos liberarse, aunque sepa que esa apertura no vendrá desde arriba, se dará en la calle. Las imágenes del desfile, aquellos espectros metafísicos por las estancias -la delgadez extrema ha dejado de ser titularidad de las chicas, ahora que la pandemia ha agravado a lo bestia los trastornos alimentarios-, me causaron un notable desasosiego, una sensación de muerte y distopía. Pienso en la velocidad con que, con las nuevas tecnologías, se puede penetrar en el inconsciente colectivo, no con discursos, sino con imaginarios que operan eficazmente en lo simbólico. Este es sólo un ejemplo. Insisto: mi reino pasa tela de este mundo.
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