Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
Barcelona/GOBERNAR va a ser mucho más deshonroso que lograr revalidar el poder Ejecutivo. Exigirá aceptar humillaciones constantes, tolerar lo inasumible en democracia y hacer malabarismos para esconder la traición a principios hasta hace poco irrenunciables. Apenas unas semanas de la XV Legislatura han demostrado de forma palmaria que la amnistía no es un simple sapo que tragar, sino que al PSOE le espera una dieta que incluirá la fauna completa del mayor de los terrarios.
Las mentiras tienen las patas muy cortas. La total rendición ante los independentistas como único medio de permanecer en el poder e impedir la alternancia democrática no ha traído concordia ni vuelta al marco constitucional de los sediciosos. Al contrario. Crecidos ante el éxito en el chantaje, utilizan el Congreso y la Eurocámara para insultar y amedrentar a los jueces que cumplieron con su deber de condenar graves delitos y amenazar al chantajeado con “consecuencias desagradables” si no paga puntualmente la extorsión.
El socialismo español –lo que queda de él–, aferrado a que cualquier medio justifica el fin de retener el poder, ha combatido la podredumbre moral y política que genera este comportamiento –inaceptable para históricos del partido– exacerbando el frentismo que promueve y mofándose de los signos de su propia descomposición.
La intervención de Pedro Sánchez ante la Eurocámara el pasado miércoles demostró que se ve obligado a exportar a Europa ese enfrentamiento contra todo el que osa decirle lo obvio: que invadir las competencias del Poder Judicial es antidemocrático y corrupto hacerlo para comprar los votos que le han permitido volver a ser investido. Su apelación al nazismo, al compararlo con Vox, ante el alemán Manfred Weber –algo inédito en el Parlamento europeo– muestra que está desencadenado, que no hay línea roja que le frene y que cree que en Europa le va a funcionar esta errática reedición del frentepopulismo de hace un siglo.
Aunque el summun ha sido chuflearse de la humillación que supone que un verificador extranjero, en un país ajeno a la Unión Europea, supervise la acción de Gobierno del Reino de España.
Acostumbrado a que forzando las costuras de la legalidad (sin saltársela aún) mediante la transgresión de usos democráticos que nadie ha osado antes cuestionar obtiene el resultado que busca, quizás cree Sánchez que no puede pasarse de rosca. Que nunca habrá consecuencias irreparables, no para él –las personales son irrelevantes– sino para su partido, que ha sido sistémico en 45 años de restauración democrática.
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