En tránsito
Eduardo Jordá
Sobramos
Reloj de sol
HABÍA una tormenta en los ojos de Patricia Neal, y por eso ella podía ser Dominique Francon. Si uno lee la novela de Ayn Rand, El manantial, y trata de imaginarse el personaje de esa mujer joven, entusiasta y al mismo tiempo vulnerable, que sueña con la perfección del arte comprendida como la absoluta integridad del creador, ya sólo puede ver ese rostro amargado de Patricia Neal, su pasión extremada, que va desintegrando su belleza, como le sucedió en la vida. Había estudiado teatro en la universidad del Noroeste, y hasta ganó un Tony por su interpretación en Voice of the Turtle, en Broadway, y en 1949 fue descubierta para el cine en John Loves Mary, en compañía de un futuro presidente de los Estados Unidos, que por entonces lo mismo besaba a Patricia Neal que disparaba con Errol Flynn en Camino de Santa Fe: Ronald Reagan. Sin embargo, Patricia nunca habría logrado ser Patricia Neal de no cruzarse en su camino el guión de El manantial, la película dirigida por King Vidor basada en la novela de Ayn Rand, que también fue su guionista, y que ya está integrada en ese panteón esmaltado del género, el de las películas oscuras con personalidad propia, que acaban convertidas en sus propias leyendas: ocurrió así con Laura, de Otto Preminger, y también con Sunset Boulevard de Wilder o Eva al Desnudo, de Joseph Mankiewicz. Seguramente El manantial es inferior a todas ellas, pero tiene el misterio a su favor, el enigma encarnado en la mirada doliente de Patricia Neal, como premonición no sólo del drama del guión, un arquitecto que se enfrenta al mundo por mantener su libertad de conciencia, sino también su propio estigma personal, que quizá comenzó entonces.
Es lo que sucede con el cine: que el éxito brillante suele acarrear dramas rotundos. Patricia Neal compartió cartel en El manantial con Gary Cooper, entonces casado y con hijos, algo que la conservadora sociedad norteamericana no le perdonó a la entonces desconocida actriz: que, como su personaje en la película, que acaba en los brazos del talentoso arquitecto Howard Roark, también en la vida real Gary Cooper terminara en los brazos muy blancos de Patricia. A partir de aquí la historia, y su dolor biográfico: los dos llevaban dos años de secreto romance, que se destapó por la publicad de El manantial. La prensa sensacionalista destrozó la imagen de Patricia, que se casó dos años después y llegó a salir en Desayuno con diamantes, aunque ya hubo muy pocos diamantes en su vida: en 1965, mientras estaba embarazada, sufrió varios infartos cerebrales. Tuvo que volver a aprender a andar y hablar, pero su carrera para el cine había terminado. Quedaba su mirada, como su personaje Dominique Francon, con la carga pesada de una vida en la que jamás se sintió cómoda.
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