El balcón
Ignacio Martínez
Motos, se pica
La tribuna
HACE cincuenta años, justamente, en la noche del 27 de agosto de 1965, la astronomía y la música asistieron a la mayor confluencia de estrellas que recuerdan: el encuentro entre Elvis Presley y los Beatles. Tal y como pactaron previamente, no existe una prueba gráfica de aquella velada, ni una sola imagen o grabación. Por el testimonio de algunos de los presentes, sabemos que Elvis recibió a la banda de Liverpool en la entrada de mansión, en el 565 de Perugia Way, en Bel Air, Los Ángeles, yo lo imagino ataviado con un kimono blanco con su nombre bordado en letras de oro en la espalda, entre un Rolls Royce y dos Cadillacs, escoltado por 10 integrantes de sus amigos/guardianes: la Mafia de Memphis. El Reycondujo a los recién llegados a un enorme salón circular, iluminado por luces rojas y azules, en el que se agolpaban mesas de billar y un rockola en el que sonaba Mohair Sam, de Charlie Rich. Presidía la habitación un gigantesco aparato de televisión a color con el volumen a cero, en el que se proyectaban secuencias de Rebelde sin causa, quiero imaginar. Sabemos que los primeros minutos estuvieron presididos por la frialdad y el silencio, hasta el punto de que Presley fue el primero en abrir la boca para decir algo parecido a: "¡Maldita sea, si vais a quedaros ahí sentados mirándome como pasmarotes, me voy a la cama!".Sabemos que Lennon, no podía ser otro, fue el primer Beatle en tomar la palabra. ¿Cuándo vas a volver al Rock And Roll?, dicen que le preguntó. Imagino a Paul cabeceando, con ganas de estrangular a John, imagino a Paul hipnotizado en la bola de mil espejos y a Ringo haciendo lo indecible por contener la risa. E imagino a Elvis, mirando a sus amigos de la Mafia de Menphis, dudando entre echar a patadas a esos cuatro melenudos británicos de su casa o beber de un trago una botella de Gatorade.
Sabemos, por lo que contaron algunos de los presentes, que El Reyoptó por repartir guitarras entre sus invitados, que él agarró un bajo y que McCartney le enseñó algunos trucos; sabemos que tocaron juntos I Feel Fine y You're my world de Cilla Black, y que Ringo, sin instrumento, marcaba el ritmo utilizando sus manos como baquetas; sabemos que, en el rincón más alejado, Brian Epstein trató de convencer al Coronel Parker de que Elvis girase por Gran Bretaña. Una gira que nunca tuvo lugar, a pesar de las cifras que vaticinaron. También sabemos, por la narración de algunos testigos, que la llegada de Priscilla, ataviada con un vaporoso camisón púrpura y coronada con una tiara, estilo romano de Las Vegas, provocó un profundo y admirador silencio. Imagino a un Elvis ofuscado y celoso, dibujando miradas lascivas e insinuantes en los cuatro Beatles, e imagino a John tratando de inventar una frase recurrente y a Paul suplicando por que su compañero no abriera la boca. Puede que Ringo guiñara un ojo o esbozara una sonrisilla provocadora, esquivando la férrea y marcial vigilancia de la Mafia de Menphis.
Tres horas después de haberse iniciado, el reloj marcaba las dos de la madrugada, el encuentro llegó a su fin. Cuentan que Elvis obsequió a sus invitados con colecciones completas de su discografía y una hortera y alumínica lámpara con la forma de un vetusto tren. Imagino la cara de John, examinando incrédulo el regalo, puede que buscando la complicidad de Ringo con la mirada. En el tiempo que permanecieron juntos, apenas entablaron lo que podríamos calificar como una conversación, según el testimonio de los presentes. Puede que Elvis recelase de quienes consideraba como unos serios aspirantes a arrebatarle su cetro y puede que los Beatles no terminasen de asimilar que estaban en compañía de su gran ídolo de juventud. Se despidieron con frialdad en la puerta de la mansión, para nunca jamás volver a coincidir, que sepamos. Cuentan que Lennon, aún arrebatado por los nervios, bromeó sobre el encuentro, en el viaje de regreso. Así fue como transcurrió, así nos lo han contado, así lo he imaginado, ese único contacto directo entre los Beatles y Elvis, en aquella noche de agosto de 1965. La noche con más estrellas que la astronomía y la música recuerdan. En el 565 de Perugia Way, en Bel Air, Los Ángeles.
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