El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
La tribuna
YA toca, me lo pido. Adjudicado. Ha contraído los suficientes méritos para que le dedique este artículo y hasta da juego para una teleserie, HBO al acecho -Di Caprio lo bordaría-, o para una novela, o para varias, la cuestión es ponerse. Y que te inspire el personaje, buscarle ese lado inspirador, que puede resultar complicado, casi un imposible, o que te sea muy fácil, según. Porque Nicolás es como las aceitunas, o te atrae o te repugna, pero a nadie deja indiferente. A estas alturas, yo creo que no es necesario presentar a Nicolás, petit Nicolás, I de España, por supuesto, que todos sabemos de sus hazañas, que con toda probabilidad serán consideradas estafas en un juzgado, deseo; todos hemos compartido uno de los innumerables memes que ha protagonizado. Uno más en la plantilla del Real Madrid, degustando una mariscada junto a Pablemos Iglesias, nuevo miembro en nuestros grupos de "guasá", o tomándose una cerveza en nuestro Correo, o marcándose un dueto con el mismísimo Raphael, el ahora primer indie de la escena española, qué cosas. También es ya una celebridad, no podía ser de otra manera, su novia o su amigovia, seamos modernos con el uso del idioma, aunque yo no veo a Nicolás de esos, que antes del roce requiere de visita al altar, como está mandado. Que Nicolás es un caballero de una pieza, que un poco estafador, sí, sinvergüenza, también, y unas pocas cosas más, que sí, pero es un tío con estilo, no le quepa duda, con ese peinado a lo Camilo Sexto, versión siglo XXI y esa mirada tierna e inteligente al mismo tiempo. Esa misma mirada que enamoró a José María, a Arturo, al policía de turno y a quien se pusiera por delante, vaya que sí.
Sí, nos divierte Nicolás, claro que nos divierte, en este país en el que hemos venerado -y veneramos- al pícaro, al que hemos entronizado desde la Literatura a la barra del bar, y sonreímos sus hazañas, esos peripatéticos logros, los convertimos en chistes y los compartimos en los 200 grupos en los que participamos. Claro que sí. Nicolás ha triunfado porque, seguramente, ha conquistado el Olimpo del golferío, porque ha sido el gran pícaro entre pícaros, o el mejor pícaro en un país de pícaros, no le quepa duda. Y es que España está repleta de Nicolás, son legión, y hasta a la mayoría de nosotros nos sale una nicolasada de vez en cuando, no se aparte del espejo. Eso sí, no son comparables los Nicolás a tiempo completo con los que lo ejercen en sus ratos libres, con esos eurillos en la declaración de Hacienda, rellenando el Ebook con 300 descargas ilegales de libros que nunca leeremos, sobrepasando la velocidad permitida, escondiendo algún producto en la compra semanal al pasar por caja, negociando no pagar el IVA correspondiente con el correspondiente pintor, fontanero, albañil, mecánico, repartidor, transportista de turno, trampeando con la dirección familiar para solicitar la plaza de nuestros hijos en el colegio, utilizando la tarjeta de la abuela para conseguir las medicinas más baratas, etc, etc. Que sí, que a todos nos sale una nicolasada de vez en cuando, una cosilla pequeña, no nos comparemos con el personaje, claro que no, que lo nuestro es marginal y lo del citado es existencial, por explicarlo de alguna manera. Por tal motivo perdonamos al pícaro, al golfo, al caradura, le dejo la denominación a su gusto, porque en cierto modo nos justificamos y nos perdonamos a nosotros mismos. Y el perdón, señor Rajoy, a estas alturas, no es suficiente.
Sin embargo, cuando Nicolás crece, y no solo me refiero a crecimiento biológico, también en habilidades, se especializa en picardía, se doctora en golferío, y se convierte en Jordi, Paco, Miguel o Rodrigo. Y deja de ser un pícaro para ser un corrupto. Entonces, lo despreciamos. Asistimos perplejos durante las últimas semanas a la representación más explicita y manifiesta que hemos conocido de la corrupción en nuestro país, hasta el punto de que entendemos el nuestro como un sistema viciado desde las más profundas entrañas y que hemos formado parte de una gran mentira, de una representación teatral en la que nos han dejado los papeles secundarios y unos cuantos han escrito el libreto y, sobre todo, se han quedado con la taquilla. Es lógico pensar y sentirse así, pero tengamos en cuenta que Nicolás, Paco, Miguel o Rodrigo son nombres y hombres concretos, que se convertirán en mayoría si nosotros deseamos que lo sean. Y que el sistema, lo queramos o no, lo formamos todos.
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