La Gloria de San Agustín
Rafalete ·
El frío de fuera
EL indulto de un toro siempre existió en la historia. El animal ganaba el perdón de su vida en casos excepcionales. Los animales que vencieron a la muerte en la arena, aún viven en la memoria de los aficionados. Aún se recuerdan sus nombres, y son conocidas sus épicas lidias a través de las páginas de tratados y prensa de la época. Toros que mostraron su bravura en el primer tercio, tomando un ingente número de varas, tumbando caballos junto a picadores y causando bajas letales en las cuadras de los contratistas de jacos de picar. Era el concepto de la bravura de antaño, donde el primer tercio, o sea el de varas, era el baremo para comprobar las aptitudes de un toro digno de tan honroso galardón.
La evolución del toreo nos trajo otro concepto de lidia. Con el paso de los años, el primer tercio ha perdido importancia, tanta que hoy es prácticamente testimonial, ganando el tercer acto de la lidia, el de muerte o muleta, total protagonismo. El toro ha evolucionado al gusto de los toreros. Los ganaderos se afanan en la búsqueda de un toro capaz de luchar, o embestir, hasta la extenuación, eso sí, perdiendo en muchas ocasiones esa capacidad de irradiar a los tendidos una sensación de peligro real. Hoy la bravura no se mide por las entradas al caballo de picar, se hace por lo que muestre el animal en el tercio final o de muleta.
El indulto, antes algo extraño y excepcional, hoy, a raíz del reglamento de 1992, es algo que ha perdido su carácter magnifico. Se ha convertido en algo banal e insustancial. Son muchos los toros que se indultan a lo largo de la temporada ¿pero realmente han sido merecedores del perdón? La respuesta rotunda es no. Se está premiando más la capacidad técnica del torero, capaz de alargar la duración de una faena, que el concepto de bravura tal como es entendida por los aficionados y los más escrupulosos ganaderos.
Hoy el indulto es algo discutido. Tanto que ha comenzado a perder credibilidad ante un sector de la afición. No se ve en esta medida, nada más que un marketing gratuito para torero y ganadero. Discutir un indulto, aún no se haya visto, es patente de corso de quien se precie ser un aficionado cabal. Negar el perdón del toro da hoy la vitola de ser un fiel defensor de la ortodoxia. Lo malo de esto, es que muchos de estos inquisidores desconocen la realidad del campo bravo, de la selección y del trabajo diario de los ganaderos. Por ello no conocer al toro -sólo lo conocen de oídas- es obstáculo para no mostrarse conforme, con que el indulto, bien dirigido, es algo beneficioso para una fiesta que precisa mucho aire fresco para recobrar pujanza.
Cuando sale un toro bravo pone a todo el mundo de acuerdo. Eso ocurrió en la pasada feria de Sevilla, cuando Cobradiezmos, toro de un hierro tan mediático como el de Victorino Martín, se gano el perdón de su vida en el dorado albero maestrante. Un toro bravo de veras, que cumplió con creces su misión de dotar a la fiesta de la viveza que necesita a diario. Un toro que ya forma parte de la historia. El histórico marco donde se ganó la vida y el pial a fuego marcado en su cuadril pasarán también a su recuerdo, pero el cárdeno Albaserrada puso a todo el mundo taurino en concordancia.
El sábado pasado volví a ver a un toro bravo. Esta vez no era Sevilla. Tampoco estaba herrado con una marca emblemática. Tampoco había cámaras de una televisión privada, de pago, ni un comentarista locuaz y mediático cantando sus excelencias.
Está vez fue en una plaza nueva que lucha por cobrar identidad propia, la de Lucena. Por su puerta de toriles salió Petrolero, de Julio de la Puerta. Pronto hizo gala de su bravura. Franco y vibrante en sus embestidas al percal que manejó el torero. Luego se arrancó con alegría y empujó al caballo, donde, el picador Alventus le recetó un puyazo cruel, que dejó un boquete sobre su morrillo. Quiso volver a lugar donde le castigaron, pero no lo dejaron mostrar su casta de nuevo. Galopó raudo en el segundo tercio, con prontitud y embestida humillada. Y luego en el tercio de muerte, que él tornó de vida, gracias a su casta y bravura ante una muleta a la que persiguió de forma incansable y feroz. La petición de indulto fue unánime, como fue la respuesta del palco. Petrolero, un toro bravo de verdad, se ganó la vida en Lucena, haciendo honor a sus ancestro y en concreto a su padre, Anegado, también indultado en Baeza.
Hoy muchos aún dudan, ponen pegas a su juego y lo que es peor, al perdón que se ganó en el ruedo. A Petrolero le faltó para ser reconocido otro marco, una feria de campanillas, un hierro mediático, una televisión privada y un comentarista de bigote teñido que cantara sus excelencias. Pero no importa, ya está en el campo. Cura de sus heridas de guerra de forma satisfactoria y sus criadores, gentes que trabajan desde el amanecer hasta el ocaso, están contentos porque saben lo que atesora tan bravo animal, que de seguro tendrá el próximo otoño un lote de vacas en las praderas ursanoenses de La Valdivia.
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