Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
Opinión
POCAS cosas quedan que nos permitan conectar con la naturaleza y sus ciclos en la ciudad. Pisar la tierra en los parques, en los jardines. Descubrir el cielo a través de esas ventanas mágicas que son los patios, aprender botánica gracias a las sombras de nuestros árboles o disfrutar de la lluvia bajo los soportales de una plaza. Ciudades como Nueva York, que bien puede representar el polo opuesto, en cuanto a modelo de ciudad, a Córdoba, evita la tierra incluso en los alcorques de los árboles, el cielo queda demasiado lejos a pie de calle, encajado entre altísimos edificios y estos edificios no fueron en ningún caso concebidos para dar refugio a una persona que sea sorprendida por la lluvia mientras camina. Cuentan sin embargo con Central Park. Uno de los primeros parques públicos del mundo, el inicio de su construcción data de 1850, y referente indiscutible para todos los que vinieron después. Para su creador Frederick Law Olmsted, un paisajista iniciado en el periodismo, gran viajero y botánico autodidacta, el parque representó un "evidente signo del buen desarrollo democrático de la ciudad."
El Parque Cruz Conde será concebido un siglo después, en aquellos años sesenta en los que se iniciaba la migración imparable desde el campo a la ciudad, con el consiguiente incremento de población y la proliferación de nuevos barrios. Fue entonces cuando se hicieron evidentes en Córdoba la pertinencia y necesidad de un gran parque que sirviese como espacio público de expansión saludable y amable. Aún hoy muchas personas de las que habitamos las ciudades mantenemos esa atávica necesidad de pisar la tierra para sentirnos bien en un medio que no es, exactamente, el nuestro. La función de los centros comerciales, que parecen servir de modelo último a la tendencia actual de remodelación de parques y jardines en toda España, no sólo en Córdoba, está más relacionada con el consumo que con la vida en sí misma. Responden exactamente a aquella acción gráfica de la artista americana Barbara Kruger: "I Shop therefore I am". Parafraseando la célebre cita de Descartes venía a decir algo así como "Compro, luego existo".
Pisar la tierra, abrazar los árboles. No son sino fórmulas de reconciliación con la naturaleza, fórmulas de reencuentro. Debería ser una energía aprovechable por esa corriente de pensamiento que pretende ahora, nunca es tarde, imponer la etiqueta de "sostenible" a toda categoría social. Ley incluida. Hablaremos después de la necesidad de "educación" y "concienciación" cuando la conciencia estaba hecha sentimiento desde hace tiempo. Instalada en lo más hondo, identificada con el propio cuerpo. No creo que haya mayor grado de concienciación posible. Urbanizar el parque Cruz Conde sin reacción de la comunidad que lo habita o disfruta o piensa hubiese significado conciencia cero hacia esa relación deseada con lo mínimo de natural que conforma las ciudades. Pisar la tierra es también un llamamiento a la inutilidad del esfuerzo por mantener bajo control estricto todas las constantes vitales de la ciudad, una llamada al sentido común y a la humildad de nuestros gobernantes, una llamada de auxilio para un espacio que merece ser vivido del modo más auténtico posible: accesible, seguro, limpio, fresco, vivo y repleto de gente feliz.
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