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El otro día, en plena calle, pasé junto a dos señores que estaban hablando acaloradamente. "La patria está en peligro", decía uno, medio congestionado. "Y nosotros no hacemos nada", le contestaba el otro, muy tenso por haberse resignado a no hacer nada. En mi vida, que ya va siendo larga, no había oído nunca la palabra "patria" en boca de nadie que fuera hablando por la calle. En la época de Franco era una palabra usada por los ridículos capitostes del régimen, pero nadie la usaba en la calle. Más tarde, en los años de la democracia, la palabra "patria" entró en una lenta decadencia, como si estuviera hibernada, hasta que pareció extinguirse como si fuera un mamut de Siberia. Y justo ahora, en 2020, la palabra vuelve a estar viva. Y no sólo eso, sino que la gente la usa por la calle cuando se encuentra a un vecino. "¡La patria está en peligro!". Madre mía.
Después de 20 o 30 años en que habíamos logrado olvidarnos de la tabarra ideológica, hemos vuelto a los peores tiempos de la intoxicación ideológica aguda. Todo es ideología, todo es propaganda, todo son mentiras destinadas a destruir al adversario. Y eso ocurre en los dos bandos, por supuesto. ¿Quieren un ejemplo? En la toma de posesión de los nuevos ministros, Pablo Iglesias y Alberto Garzón juraron sus cargos luciendo un triángulo rojo invertido como el que los nazis obligaban a llevar a los comunistas en los campos de exterminio. Madre mía. La izquierda tiene a su disposición cadenas de televisión (públicas y privadas), universidades, editoriales, radios y hasta programas de entretenimiento financiados por empresas del Íbex 35 -y ahora hasta tiene un vicepresidente y varios ministros en el Gobierno-, pero ahora vienen estos dos señores a hacernos creer que son dos deportados comunistas internados en un campo de exterminio nazi. Como decía Galdós de los oradores de la Primera República, todo eso sería "un juego pueril que causaría risa si no nos moviese a grandísima pena".
La peor receta para solucionar los problemas acuciantes de un país es el dogmatismo ideológico. Sin flexibilidad y sin realismo es imposible adoptar medidas que puedan mejorar la vida de la gente. Pero aquí vamos justamente en dirección contraria. O llorando por la patria en peligro o haciéndonos pasar por deportados de un campo nazi. Es decir, en los dos casos haciendo el ridículo.
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