El balcón
Ignacio Martínez
Motos, se pica
La tribuna
EL que Elvis Presley se convirtiera en el Rey que todos conocemos no fue cosa de un día, precisamente. Muchos padres, presentadores de televisión y críticos musicales no veían con buenos ojos esos eléctricos y sensuales movimientos de pelvis, acostumbrados a músicos más recios, casi espartanos en sus formas. Aun así, acabó siendo el Rey, a pesar de los pesares. El peinado y gestos de los Beatles fueron la pesadilla de miles de padres y madres. Si los contextualizamos, eran un verdaderos pelucones los que exhibían los de Liverpool. Pelucones que no tardaron en extenderse por todo el mundo mundial. Los Stones siempre fueron unos chicos malos, incluso más malos que los pelucones de los Beatles, que ya es decir. Y es que las facciones de Jagger, entonces y ahora, surten su efecto, lo queramos o no. Malura que los propios Stones han alimentado a lo largo de los años, especialmente Richards, vertiendo comentarios sobre el destino de las cenizas de su padre o sobre sus legendarias transfusiones de sangre, quién sabe. Peor lo pasaron los padres que contemplaron cómo sus hijos repetían los estilismos, peinados y maquillajes de Bowie Ziggy Stardust, una cosa realmente dura en aquellos áridos y acampanados años setenta. En cualquier caso, lo cierto es que el rock, sus grandes nombres, Elvis, Beatles, Stones, Bowie o Dylan, han jugado con la provocación, incluso con la trasgresión, pero al mismo tiempo han conseguido unir a miles de personas, llegando a establecer puentes entre las generaciones. Padres e hijos que comparten melodías, y hasta abuelos y nietos porque la música, esas canciones que ya forman parte de la banda sonora de la Historia, cuentan con esa capacidad: no caducan y soportan el paso del tiempo con la mayor naturalidad y, sobre todo, allanan caminos, anticipan cambios.
Trescientos mil cubanos se congregaron en La Habana para asistir al ya histórico concierto de los Rollings Stones. Ellos que, como tantos otros, estuvieron prohibidos en Cuba durante demasiado tiempo, el régimen de Castro estaba convencido de que el rock era uno de los anzuelos del capitalismo, colapsaron la isla hace poco menos de una semana. Qué bueno. Eso sí, como consecuencia de la censura citada, pero qué fea es la palabra censura, apenas unos cuantos atrevidos pudieron acompañar a Jagger en su interpretación, el Satisfaction y poco más. Da igual, lo importante es el momento, el gesto, algo está cambiando, preguntó Jagger y muchos se miraron antes de responder. Tal vez para muchos el concierto de los Stones en La Habana no suponga nada, placebo, mercadotecnia, un lunar, solo un concierto de rock, yo qué sé, pero para mí sí supone un hilo de esperanza, un resquicio que se abre en una puerta demasiado tiempo cerrada. No tardaremos en salir de dudas, imagino, y si tardamos mal asunto, significará que todo sigue igual y punto. Aunque no menospreciemos el poder del rock, algo que se refleja perfectamente en las últimas décadas.
Es Cuba un país singular, por muchos motivos, y quien haya estado allí lo sabe. Es imposible no establecer complicidad con sus habitantes, emocionarte con sus historias, sentir su optimismo, su calidez, su sonrisa. Sonrisa a pesar de tratarse de un país que ha padecido un doble bloqueo, el exterior, pero también el interior. Los dos igualmente virulentos y asfixiantes. Sin negar algunos de los aciertos del régimen castrista, porque los ha habido, sanitaria o educativamente, la falta de libertad, la imposición de un sistema político y el manifiesto desinterés por instaurar un modelo democrático determinan mi percepción y posicionamiento. El castrismo, y sus secuelas, ya dura demasiado tiempo y desperdició la oportunidad de liderar, en su momento, un proceso de apertura y democratización. El castrismo convirtió la posible transición en una permanente dictadura. Con todos estos antecedentes, el que algunos cubanos se hayan atrevido a plantar la eterna lengua de los Stones en el célebre dibujo del Che me parece una maravillosa y esperanzadora noticia. Comencemos por el rock y sigamos por todo lo demás.
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