Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
Gafas de cerca
Hace ahora diez años, el crucero Costa Concordia chocó contra una roca frente a la costa de la Toscana, y después encalló y se hundió parcialmente. Murieron 32 personas, fueron evacuadas más de 4.000: el homo turisticus es capaz de embarcarse unos cuantos días en una meganave con otros miles de turistas. Doy fe de ello, puesto que fui crucerista diez días. En aquella experiencia, supe -entre atraques y atracones-que el capitán de esas embarcaciones es una especie de monarca que, entre otras labores, tenía la gentileza de invitar cada noche a un grupo de pasajeros a cenar en un reservado de un restaurante titánico, costeadísimo y no poco hortera. Elegidos de rigurosa etiqueta... o elegidas, ya más en petit comité, en el caso del buque italiano y en el de su comandante, de apellido Schettino. Un irresponsable que llevó al naufragio al crucero por, según resultó cierto para la justicia, ronear con una pasajera vacilando con arrimarse a la costa (y a ella): el timón lo confundió. Busquen la impagable conversación entre este marino donjuanesco y el oficial a cargo de la emergencia, que le exigía desde tierra que volviera a la nave, porque el sujeto se escapaba como una rata -ya conocen el dicho sobre ellas en estos trances de la mar- en una chalupa, mientras el barco se iba hundiendo. Schettino fue condenado a catorce años de prisión por aquellos hechos; más trágicos que cómicos, a la postre.
Por si toda la tragicomedia no fuera de suyo alucinante, Schettino se permitió, mientras se lo encerraba y no, impartir un seminario sobre 'Gestión del Pánico' en la universidad romana La Sapienza: no tenemos constancia de que el profesor que lo invitó a dar tal ponencia fue castigado, siquiera por su universidad. Fellini, Dino Risi o Pietro Germi no hubieran accedido a dirigir una película con tan desquiciado guión: la realidad supera a la ficción; y en Italia, más aún. Diez años, después, se malicia uno si este antihéroe con galones no sería convertido en las redes sociales en un héroe, dada la tendencia morbosa de tales foros de internet a convertir a los sinvergüenzas y a los canallas en modelos de conducta, en adalides de la libertad individual, en libertarios castigados por las fuerzas totalitarias de 'el sistema'. La propensión a hacer de los desahogados espartacos esclavizados y jesucristos crucificados es uno de los rasgos pavorosos de un mundo desquiciado, en el que florecen los memos indignados a tiro de teclado y plataforma virtual.
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