Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
Quousque tandem
Artista y obra son realidades diferentes. Pensar que quien es capaz de emocionarnos con su sensibilidad artística ha de ser, como definió Suetonio al emperador Tito, "delicia del género humano", es tan ilusorio como aspirar a charlar sobre texturas y matices de aromas y sabor del jamón ibérico que acabas de degustar con el cerdo que perdió su pernil para curarlo. Algo tan pueril como que un artista desprecie a su público. Hoy no es necesario plegarse al capricho del mecenas. Pero la democratización del arte nos convirtió a todos en mecenas al adquirir nuestra entrada. Y no es muy inteligente morder la mano que te da de comer.
Será la costumbre, pero no me llamó la atención que, en la gala de los Goya, iniciada con un emocionado y merecidísimo homenaje al maestro Saura, su hija nos recordara que, en palabras de su padre, "la cultura no entiende de ideologías ni de colores" y al instante, su viuda reivindicara la sanidad pública, que ni peligra, ni ha peligrado nunca, dado el consenso casi unánime en que se apoya. También es cierto que premiados e invitados pueden, en uso de su libertad de expresión, aprovechar su minuto de gloria para reivindicar lo que les parezca. Si bien, como recordó el señor Méndez-Leite, presidente de la Academia del Cine, la institución que preside ha de ser radicalmente independiente. Me temo que le hacen menos caso que a un ceda el paso, pues los presentadores -tendrían un guion- amén de usar como leitmotiv el asunto de la sanidad y olvidando -sin intención- el escándalo de las rebajas de condenas y excarcelaciones de delincuentes sexuales gracias a la ley del sólo sí es sí, obviaron groseramente mencionar siquiera al presidente de la Junta de Andalucía, tras saludar arrobados a los miembros del Gobierno. Y eso que estaban en Sevilla. Una actitud estúpida y sectaria que molestará a muchos de quienes democráticamente le otorgaron la mayoría absoluta al señor Moreno Bonilla hace unos meses.
Al final, y es muy triste, esos arrebatos infantiles e irrespetuosos con quienes podrían ser su público, acaban vaciando las salas. Nadie les pide que oculten sus ideas y mucho menos que las cambien. Solo se les exige que tengan para espectadores y contribuyentes el mismo respeto que piden para ellos mismos. Pero se ve que limitan la sensibilidad tan solo a su trabajo que este año, y esa era la intención inicial de esta columna, solo puede calificarse de excepcional.
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