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La tribuna
TAL vez sea el secuestro uno de los delitos más difíciles de cometer con éxito. Es decir, y que nadie me malinterprete, me refiero a "cometer y resolver" sin ser descubierto el secuestrador. Apresar a tu víctima sin que nadie te descubra, eso ya es difícil, pero mucho más, imagino, mantener retenida y viva a tu víctima durante un tiempo y, sobre todo, devolverle la libertad, una vez cobrado el rescate. Es un delito complicado, mucho, en ejecución, tramitación y finalización. Complicado y cruel, muy cruel. Si rebuscamos en la memoria, seguro que descubrimos en ella un buen número de secuestros que mantenemos en ella, por mediáticos, por inhumanos, por extraños, por lo que sea. Patty Hearts, la hija del magnate, los futbolistas Quini o Di Stefano o Melodie Nakachian, son ejemplos llamativos de secuestros por dinero, por un rescate concreto y pactado. También encontramos los denominados secuestros políticos, donde el rescate es la extorsión a un gobierno, y según las organizaciones que las lleven a cabo podemos hablar de secuestros que se extienden en el tiempo, varios años incluso. Ortega Lara padeció un secuestro cruel e interminable, Ingrid Betancourt estuvo retenida media vida, se reencontró en su liberación con una vida que casi había olvidado. En muchos casos, desgraciadamente, en la desesperación convertimos el secuestro en un halo de esperanza, en ese clavo ardiendo para no querer asimilar la tragedia. Madeleine es un ejemplo, de gran trascendencia social y mediática, pero también lo fue, desgraciadamente, el de Anabel Segura. Durante casi tres años creímos que Anabel permanecía viva, cuando la realidad es que fue asesinada por sus captores pocas horas después de ser secuestrada. En este caso se demuestra la terrible teoría que le escuché hace años a un mando policial: si tienes la desgracia de que te secuestren, que sea una banda organizada. Los asesinos de Anabel ni habían planificado un lugar donde esconderla.
Tal y como nos cuentan en Homeland, los cautiverios que se extienden en el tiempo suelen provocar grandes trastornos en sus víctimas. El denominado Síndrome de Estocolmo. La citada Patty Hearts, meses después de ser liberada, se unió al grupo terrorista que la tuvo retenida. Almodóvar, en Átame, estira las consecuencias del síndrome, y establece una relacional amorosa, pasional, entre secuestrador y secuestrada. Esa es una de las teorías que más circulan en torno al caso de Natascha Kampusch, ocho años encerrada en un sótano, siendo educada por su captor, "lejos de los peligros de este mundo". Apenas dos años después de la liberación de Natascha, también en Austria, conocimos el caso de Josef Fritzl, que no tardó en ser conocido como el monstruo de Amstetten. Tuvo encerrada a su hija Elizabeth durante 24 años en un pequeño zulo, violándola continua y repetidamente, hasta el punto de que nacieron siete hijos. Tres de ellos, los que permanecieron secuestrados, no contemplaron la luz del sol hasta que no fueron liberados.
Otro nombre, el de Ariel Castro, de Cleveland, ha pasado a formar parte de esta galería de monstruos. Durante una década tuvo secuestradas, buena parte del tiempo encadenadas, a Gina, Michelle y Amanda, con la que llegó a tener un hijo. Como en casos similares, nadie sospechó nada de ese tipo que tocaba jazz -con escaso acierto, según cuentan-en los garitos de la ciudad. Apropiándome de una terrible y temible expresión que utilizamos mucho en la actualidad, la inmensa mayoría de los secuestros de "larga duración" cuyo único objetivo es la esclavitud sexual los padecen las mujeres. Las mujeres, una vez más, víctimas. Víctimas de hombres que han fracasado en sus relaciones personales, traumatizados e incapacitados para establecer vínculos emocionales y afectivos, también sexuales, con el otro sexo, que han de recurrir a la violencia extrema, a la negación de la libertad, a las constantes violaciones, para así creer que han logrado alcanzar su objetivo. Hombres que han fracasado, esencialmente, en su propia definición, que encuentran en el secuestro esa sumisión que necesitan para sentir que son algo, cuando realmente son muy poco, o mucho, pero monstruoso. Casos como el de Cleveland me provocan una gran inquietud, también algo de desesperanza, me hacen sentir que el horror te puede estar aguardando en la puerta de al lado.
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