El balcón
Ignacio Martínez
Motos, se pica
La tribuna
NOS levantamos muy temprano el pasado viernes, no cuesta madrugar si la dicha es buena, o eso dicen. Como corresponde, en un día tan señalado, visita a la iglesia en primer lugar. Vaya jaleo de coches, vaya traficazo. Deberían haber puesto un carril bici para llegar hasta San Rafael, que yo he estado en Holanda y todo el mundo va en bici, pero aquí estamos como estamos. Hombre, me hace mucha gracia que tú digas eso, que vives en El Realejo y coges el coche para ir a las Tendillas. El médico me ha recomendado que esquive las cuestas. Durante el desayuno comencé a exhibir los nervios almacenados durante toda la semana. Les cuento: el domingo por la noche, poco después de que el Eibar nos metiera el gol, recibí la llamada de mi amigo, confirmándome lo que ya me había adelantado en Fuengirola, el pasado mes de agosto. Me temblaron las piernas. Mi amigo es un poco fantasma, ya saben ustedes, es el típico que cuando nos juntamos los hombres en el chiringuito de la playa quiere quedar por encima de todos, cueste lo que cueste, aunque le cueste decir la burrada más gorda que uno haya escuchado en la vida. Manolo dijo que se había corrido más de cien juergas con El Cordobés, que te hartabas de reír con él; Jesús dijo que Gala había vivido muy cerca de la casa de sus padres, que lo recuerda mucho, que era como de la familia; Luis dijo que estuvo trabajando varios años con Manolín Cuesta, que jugaba todos los jueves una pachanguita con él, y que todavía se le notaban las maneras. Mi amigo, yo le notaba como su gesto se iba endureciendo, tal vez necesitado de ascender por encima de toda la reunión, nos sorprendió a todos cuando nos dijo que él era íntimo de Séneca, que lo conoce desde parvulitos, que raro es el día que no hablan por teléfono. Para qué Jesús se atrevió a contradecirle, para qué, eso no puede ser; mi amigo, ante el temor a quedar en evidencia, no tuvo otra ocurrencia que decir: ya lo veréis, voy a averiguar para que Séneca se venga con nosotros de perol el día de San Rafael.
Yo, que había olvidado el tema, que lo había entendido como una más de sus fantasmadas, puede que calentado por los siete valgas que llevaba entre pecho y espalda, no pude salir de mi asombro cuando recibí la llamada de mi amigo el pasado domingo. Tan alucinado me quedé, que hasta me olvidé del gol del Eibar. A las once lo tenemos que recoger en su hotel, pero nosotros quedamos antes para organizar las cosas, me dijo mi amigo antes de colgar. ¿Y cómo es que para en un hotel?, pregunté nada más introducirnos en el coche. Es que vive en Roma, ¿no lo sabías?, desde pequeño. Se fue para estudiar y no ha vuelto. ¿Y en que hotel se aloja?, preguntó Luis. En el Mohoso, no tardó en responder mi amigo, y todos suspiramos al unísono, realmente sorprendidos. Creo que puedo hablar por todos, pero lo cierto es que no creímos que Séneca se iba a venir de perol con nosotros hasta que no lo vimos meterse en el coche -por supuesto le cedimos el asiento delantero-. Yo lo creía más viejo, más estropeado, más blanco de canas, pero no, es un cincuentón que se mantiene en forma, creo que dijo que iba al gimnasio, muy maqueado, pero a lo moderno, hasta con deportivas, y muy callado, eso sí, las palabras había que sacárselas con calzador. Callado, sí, pero no malaje, que no es lo mismo, que hay que reconocerle la buena educación y las maneras, que se le notaba a la legua que es un hombre cultivado.
Por eso de la sorpresa inicial, hasta llegar a Los Villares hablamos poco, tan sólo mi amigo se empeñaba en preguntarle tonterías, y sólo por demostrar que se conocían de lejos, que yo no creo que sea tanto como él dice. Ya en el campo, imagínense ustedes, Séneca era el centro de todas las miradas, una amiga le preguntó que si le servía una copa de vino, y nos dejó patidifusos cuando respondió que sólo bebía cola light. Conforme fue pasando el tiempo, ya empecé a ver a Séneca más introducido, menos serio, y hasta se reía con algunos de los chistes, pero se reía por lo bajini, sin querer reírse del todo. Me pasé todo el día observándolo, todo, y les puedo asegurar que Séneca no es un especialista en peroles, ni mucho menos, que no sabe lo del cuchará y paso atrás y a las dos ya nos estaba preguntando a qué hora íbamos a echar el arroz. Y lo de marear -el arroz- tampoco lo entendía. Lo mejor de todo el día llegó cuando mi amiga Olga, que es una caradura, le preguntó por qué se dice que los cordobeses somos senequistas. Séneca se nos quedó mirando a todos muy serio, como si nos quisiera hipnotizar, y se bebió media cola light de un trago antes de responder: pues no tengo ni idea. Y, tras unos instantes de confusión, de no saber qué hacer, todos comenzamos a reír. Mi amigo, por supuesto, era el que más alto y fuerte reía, que hasta en eso siempre quiere ser el primero.
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