El balcón
Ignacio Martínez
Motos, se pica
La tribuna
HACE unos días entré en un sexshop, por eso de documentarme para escribir este artículo, y la verdad es que me sorprendí. No por los objetos y decoración que encontré, no. Me sorprendí porque yo era el único hombre de las siete personas que se encontraban en el interior del establecimiento. ¿Incómodo? Tanto como incómodo, no, pero extrañado sí, lo reconozco. Una sorpresa agradable, en cualquier caso. Las más incómodas, sobre todo desde que aparecí, no lo podían disimular, eran dos veinteañeras que andaban buscando regalos para la despedida de soltera de una amiga. No es que sea un ávido detective, las escuché. Otras dos mujeres, treinta y pico, examinaban con detalle los consoladores que se exponían en una vitrina. Gran variedad de tamaños, precios y colores, para todos los gustos y bolsillos. La clienta de mayor edad, algo más de cincuenta años, según mis cálculos, escuchaba con atención las explicaciones de la encargada, que le narraba con todo lujo de detalle las bondades y ventajas de un consolador de reducido tamaño, propicio para llevar en el bolso (esto también lo escuché). Seguía a lo mío, curioseando, también sorprendiéndome, cuando la mujer de mayor edad abandonó el establecimiento, una vez adquirido el artilugio. Por una mezcla de curiosidad y de intuición, la seguí unos metros. Se detuvo en la primera parada de autobús, y consultó en el panel los recorridos de las diferentes líneas. Ha venido desde otro barrio para comprar el vibrador, es lo primero que pensé. Y puede que estuviera en lo cierto.
Ya en casa, me seguí sorprendiendo. Tanto vibrador como consolador no cuentan con su propia acepción en el diccionario. Aparecen, pero no para definir al aparato que nos ocupa. Tampoco está presente sexshop, pero sí backstage, cameo o amigovio, qué cosas. Muy modernos y atrevidos para aceptar algunas palabras, y medievales para otras. Tal vez sea un reflejo -en el espejo- de lo que es nuestro país, con toda probabilidad. España, los españoles, hemos sido muy mojigatos, pudorosos en extremo, tradicionalmente, con los asuntos relacionados con el sexo, y eso que la doctora Ochoa se empeñó en lo contrario. De hecho, seguimos hablando de sexo en comuna, con los de nuestro mismo género, y en la mayoría de las ocasiones desde una perspectiva desnaturalizada, acogiéndonos a todos los tópicos, especialmente los hombres. Porno y sexo no es lo mismo, no, pues eso. Asumido, ¿porque lo tenemos asumido, no?, que el sexo es muchísimo más que el acto que se lleva a cabo entre dos personas con fines reproductivos, deberíamos tratarlo y hablarlo con mayor naturalidad, que es posible hacerlo sin maltratar y vulnerar intimidades, claro que sí. ¿Tiene algo que ver toda esta perorata con el estreno de esa película de la que todo el mundo habla? Pues sí, tiene que ver. No la he visto, no, y no creo que me gaste el dinero en hacerlo, a tenor de los comentarios y críticas que he escuchado. Debo reconocer que leí unos cuantos capítulos de la novela en la que se basa, y que no la finalicé por motivos estrictamente literarios y no porque me sintiera atropellado, herido o conmocionado, que no.
Sin embargo, a pesar de mis reparos creativos, dejémoslo ahí, soy de los que aplaude el fenómeno de 50 sombras de Grey por dos motivos muy concretos. Primero, que la gente lea y vaya al cine, por lo que sea, me parece maravilloso, que a buen seguro muchas (en este caso, dicen) de las lectoras y espectadoras iniciáticas seguirán leyendo y visitando las salas en el futuro, tal vez ampliando sus expectativas. Y segundo, que se naturalice algo tan supuestamente natural como el sexo me provoca un orgasmo similar al de Pedro Zerolo con las palabras de Zapatero, me encanta. Todo es empezar, o continuar o adelantarse, según. Que se trata de un sexo estereotipado, banal, superficial o lo que se quiera, no cuento con opinión al respecto, es lo mismo, lo importante, como ya he dicho, es que se incorpore a la cotidianidad, de un modo u otro. Puede que de este manera, en un futuro próximo, el diccionario amplíe sus definiciones, y una mujer, cualquier mujer, no tenga que subir en un autobús para comprar un vibrador donde no la conozcan y hasta que yo no tenga que argumentar que es por "documentación" mi visita a un sexshop.
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