En tránsito
Eduardo Jordá
Sobramos
EN TRÁNSITO
HACE bien la Junta de Andalucía en lanzar un programa para detectar alumnos superdotados de entre 6 y 12 años, pero me temo que la iniciativa llega tarde y, peor aún, se enfrenta a un sistema educativo que está concebido para desalentar a los buenos estudiantes. Basta pensar en la monstruosa endogamia universitaria, que en vez de abrir las universidades a los mejores cerebros llegados desde cualquier sitio, premia a los alumnos "que les llevan el café a sus profesores", como decía hace años el gran Fernando Ortiz.
El gran problema de nuestro sistema educativo, desde la implantación de la Logse, es que confunde el igualitarismo económico -que es necesario y encomiable- con el igualitarismo intelectual, que atenta contra la esencia misma de la educación. Y eso hace que nuestro modelo esté mal planteado de arriba abajo. Primero, porque distribuye mal las edades (la ESO empieza demasiado pronto), y luego porque desdeña el ciclo de la Formación Profesional, que debería estar integrado en la ESO para aquellos alumnos que lo prefirieran o que no pudieran adaptarse al aprendizaje teórico. Y por si fuera poco, nuestro sistema tiene un programa de "contenidos curriculares" (fea palabreja) que son demasiado confusos y aburridos. Conozco muchos chicos y chicas inteligentes que no han sido capaces de aprobar el Bachillerato. ¿Por qué es así? ¿Qué estamos haciendo mal?
Yo creo que no se selecciona bien al profesorado, porque no se le exigen las aptitudes adecuadas, que no son sólo conocimientos, sino también habilidad, humor, imaginación y un buen manejo de los grupos. Y también hay que exigir una responsabilidad a los alumnos y sobre todo a los padres, y eso es algo que de momento aterra a nuestra Administración, que no parece darse cuenta de que la batalla por la supervivencia económica de España sólo pasa por alcanzar los mejores resultados educativos. Un padre debe saber que la enseñanza de su hijo le cuesta mucho dinero al Estado, y que si no está dispuesto a responsabilizarse de la conducta de su hijo en la escuela, no debería disfrutar de las prestaciones de la educación pública. Y otro problema grave es que se le exige al sistema educativo una labor de integración social para la cual no está capacitado. No puede ser, por ejemplo, que alumnos que no hablan ni dos palabras de español compartan la misma aula con los alumnos que sí lo hablan, al menos hasta que no alcancen un dominio mínimo de la lengua. Y los alumnos con problemas serios -familiares, educativos- deberían tener también una enseñanza personalizada y un currículum distinto.
Si queremos salvar lo mejor de nuestra enseñanza pública, que aún es mucho, habría que cambiar muchas normas intocables. ¿Se atreverá alguien?
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