¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
¿Dónde está la ultraderecha?
Cambio de sentido
Papá, Diego es tatuador, pero no es legionario". El día que mi viejo y yo quedamos con un amigo para que le hiciera el tatuaje, tuve que repetírselo varias veces. Trocaba la palabra tatuador por la palabra legionario. El lapsus tenía su porqué: hacer la mili en El Aaiún, teniendo por convecinos a los del Tercio sahariano, aporta una visión peculiar de las cosas. Los tatuadores que él conoció no tienen nada que ver con los que yo trato: eran lejías setenteros suscritos al texto "amor de madre". (Omití explicarle que mi amigo tatuador es vegano, porque no hay ninguna necesidad de matar al padre, menos aún de un reventón conceptual).
Hoy les hablo de tatuajes a propósito del que se ha hecho Juanma Moreno, en una revolera de márquetin político ("estrategia de cercanía emprendida por el gabinete presidencial", lo llaman) sin precedentes. A58, se ha tatuado en una muñeca. Como usted, yo también me pregunté por qué un presidente andaluz se tatuaba el nombre de la autovía de Cáceres a Trujillo. Celebro su decisión: con un poco de suerte, lo mismo que Rosalía normalizó ir a restaurantes careros en chándal, Juanma podría democratizar el tatuaje entre los señores de derechas. Y eso es trabajo y dinero para mi amigo Diego, 'el legionario'.
¡Cuántas connotaciones puede tener una misma cosa a lo largo de la Historia! El tatuaje, sin ir más lejos. Pienso en los diferentes sentidos de inscribirse algo en la piel: pertenencia a un grupo, protección apotropaica, rito de paso, muesca vital, recordatorio sentimental… o mera cuestión estética o estrategia política. Vuelvo al caso de mi padre para concluir que su tatuaje era de los "antiguos", es decir, tenía un sentido trascendente: era una manera hermosa y pagana de corresponder y religarse con algo que daba sentido pleno a su vida. Yo nunca me he hecho uno porque, aunque sé que ahora se borran más tribales de los que se tatúan, no me siento abonada a nada definitivo. Duele más borrar el nombre de un amor -o un mal aforismo- que tatuárselo en el pecho. En un mundo en que los dioses -ay, Nietzsche de mi alma- se han muerto de aburrimiento, un collar es un collar y untatoo una "estrategia de cercanía". Cosas de poeta: no puedo evitar que me dé coraje la pérdida de lo simbólico en esta vida en prosa. Que cada cual se tatúe -y n- por los motivos que quiera, pero mi mente primitiva aún concede a los tatuajes y ciertos abalorios un sentido psíquico sencillo y hondo, y no sólo una función estética o "estratégica".
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