Abel Veiga Copo

Terremoto en Washington

La tribuna

05 de noviembre 2010 - 01:00

SE acabó el efecto Obama. Al menos como lo hemos visto durante este tiempo. El halo encantador, la comunicación del discurso, el verso. Se ha topado con la realidad. No se presentaba directamente a las elecciones de mitad de legislatura, pero se votó contra él, un severo voto de castigo. La democracia tiene eso de grande. Quizás místico. Conciencia crítica. Algo impensable en la vieja y polarizada Europa, donde se vota con las vísceras, la sordina, la inercia acrítica. Un duro revés que medirá la capacidad de reacción del presidente o, por el contrario, un prematuro declive. No hay estrella emergente. América no quiere líderes morales, retóricos y que se encumbran o los encumbran como mitos en medio mundo, quiere gestores. Y en eso ha fracasado durante estos dos años el presidente y su gobierno. Abrió demasiadas esperanzas y quiso jugar y apostar con todas al mismo tiempo.

Veremos otro Obama a partir de ya mismo. Necesita reinventar su presidencia o su carrera prematura habrá concluido con un estrepitoso fracaso. Desde el primer minuto los republicanos y ese semillero, flor de un día, que ha sido y es el Tea Party, un partido sin ideología definida, recalcitrante y atractivo en este tiempo de deriva e incertidumbre, hartazgo y cansancio hacia los demócratas, no le han dado tregua al inquilino de la Casa Blanca. Entra dentro del juego de la política. La arena electoral. En dos años, del entusiasmo, de una oleada irracional y abnegada de ilusiones desbordantes, a la amarga realidad. La prosa política nada tiene que ver con la oratoria de una campaña electoral. Ella no genera puestos de trabajo, soluciona los problemas migratorios, o endereza el rumbo de la economía. El norteamericano ha votado analizando su propia situación económica personal. No ha mejorado, al contrario. Y ha pasado factura a un presidente que no puede escudar ya su responsabilidad. Dos años es mucho tiempo como para culpar al antecesor. Obama ha pecado de osadía, de arrogancia, de pretender abarcarlo todo. Su sonrisa no da credibilidad, ya no convence, al contrario, genera miedo, incertidumbre.

Se ha tachado a Obama de un excesivo intelectualismo, de una sólida formación que nada tiene que ver con los anhelos y esperanzas de la América profunda. Siempre el mito recurrente de la América profunda, que el movimiento ultraconservador, reaccionario y ultramontano del Tea Party ha sabido explotar a la perfección. Vuelta a los orígenes, incluso a los padres fundadores. Siempre al mito. Falacia política. Impostura, pero que ha sido el revulsivo, el acicate.

Pero hay más lecturas y también interrogantes. Tratemos de no dar lecciones de democracia al país cuna de la misma. El pueblo es sabio. Se le puede tachar de cierta ignorancia, de preservar la libertad individual ante la actuación del Estado federal. Allí nació antes una fuerte sociedad civil frente al gobierno y el Estado. Al contrario que en Europa. Los norteamericanos no han dado el control de las dos cámaras a los conservadores. Sólo en la Cámara de Representantes ha habido un auténtico vuelco y varapalo. Se mitiga la posibilidad de bloqueo a las iniciativas del presidente que ahora sí necesita la cohabitación republicana, aunque no el remedio expeditivo del veto presidencial.

Otra lectura que dejan estas elecciones es la enorme capacidad de movilización del voto conservador. Han sabido emplear las estrategias comunicativas que auparon a Obama a la presidencia. Han jaleado y expoleado a sus votantes. Y el revulsivo, anecdótico o no, el movimiento Tea Party, que por el momento no choca con el partido republicano pero que sí lo hará en las presidenciales de 2012. Los partidos norteamericanos son muy elásticos y puertas adentro conviven demasiadas tendencias a veces contrapuestas. Su fuerza no ha sido tan arrolladora como pronosticaban, al contrario, pero sí ha roto siquiera el cansino bipartidismo norteamericano. El partido del elefante acabará engullendo este movimiento. Se necesitan, y son parte de lo mismo, si bien radicalizando el discurso, incluso con tintes racistas y segregacionistas en algunos de sus candidatos que no han obtenido escaño. En puestos clave sólo han logrado escaño dos arietes del mismo, Marco Rubio por Florida, la gran esperanza hispana de los republicanos, y Rand Paul en Kentucky. Pallin se ha retratado con su radicalidad y extremismo, que puede ganar adeptos en estas elecciones pero que la descartará para ser candidata a la presidencia.

¿Por qué millones de hispanos, afroamericanos y jóvenes no han votado o respaldado al partido del presidente? Esa es la gran pregunta. Los demócratas no han conseguido movilizar a los suyos. Tampoco ha habido trasvase de votos de unas filas a otras. Los republicanos han ganado por un motivo claro, el enemigo común -político claro está-, era el presidente. A él le responsabilizan de todos los males. Incluso de su débil reforma sanitaria. El presidente Obama tuvo que emplearse muy a fondo en esta batalla ardua y procelosa por la reforma sanitaria. Pero ¿por qué no era posible la sanidad pública en un país modélico en muchos aspectos y con un gran desarrollo y bienestar?

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