La ciudad y los días
Carlos Colón
¿Guerra en Europa?
reloj de sol
Se sacude la tierra su carga de fatiga, de tedio y vaso roto. Durante veinte segundos se ha movido la tierra, se ha quitado de encima cualquier tranquilidad con un terremoto de 5,9 grados de magnitud en la escala de Richter, el domingo, a las cuatro de la mañana, en la región de Emilia-Romaña, en el norte de Italia. Han muerto siete personas y cincuenta han resultado heridas. El epicentro se produjo casi cuarenta kilómetros al norte de Bolonia, entre Módena y Ferrara. Afortunadamente, se trata de una zona de naves industriales y cultivos, con muy pocas viviendas. A las tres y cuarto de la tarde, otro seísmo de 5,1 grados volvió a poner en vela a la ciudadanía, con la gente acudiendo a las calles principales, en esa pulcritud de plaza abierta en la que pueden también abrirse grietas en la calzada o la acera, pero no desplomarse sobre uno todo un edificio de tabiques, esas toneladas de hormigón armado que sostienen la vida.
En la calle llovía. La calle era un rechinar de dientes bajo paraguas mojados. La calle era ese viento líquido de asfalto, una risa nerviosa, un temor ancestral: la destrucción, caída, derrumbe concentrado en la ciudad. No mucho después, sobre las ocho menos veinte de la noche, un nuevo temblor, y la gente adaptando la mirada despierta a la intemperie, como si no hubiera ya más esperanza que dormir en la calle.
La torre del reloj de deshace en Finale Emilia, igual que varias iglesias, como la de San Felice sul Panaro, en Módena, cuyo campanario ha quedado sepultado por su propio desplome. El escenario no es muy diferente al de otros terremotos más o menos recientes, como el nuestro de Lorca: esa estupefacción en los rostros cansados, esa mirada turbia y desvaída, de pronto desprovista de cualquier orgullo natural, de esa seguridad de la puerta cerrada y el llavero dejado en la repisa del mueble de la entrada.
Si algo hemos perdido es la seguridad: seguramente, lo que nunca, en realidad, habíamos tenido. Hemos construido una suposición de convivencia dentro de un sistema de relativas garantías jurídicas, una seguridad sobre el principio activo de la ley, las oportunidades, el valor de la democracia como representación honrada. Ahora todo esto se nos cae encima de un mal sueño, como ese despertar airado, en plena noche, de los habitantes de Bolonia, cuando sintieron que la tierra temblaba cerca de ellos. Este terremoto no puede ser metáfora de nada -con esta explicación, de qué nos sirve el símbolo-, pero estamos cayendo. ¿Hay mayor temblor que una Europa sin Grecia?
Hay muchos derrumbes interiores. Tiembla Italia, se desea abandonar toda Grecia a su suerte. Desoigamos la vida como ha sido. Vamos a amputarnos a Aristóteles, su temblor primigenio, a ver si así nos baja nuestra prima de riesgo.
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