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Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
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Según la ONU y el plantel de organismos dedicados a tal asunto, la capa de ozono volverá a la normalidad en 2040, aunque será en 2066, aproximadamente, cuando se cierre el célebre agujero antártico. Curiosamente, esta noticia no ha tenido la repercusión que merece. Y ello por una cuestión que pudiéramos llamar dogmática, puesto que obra contra la excepcionalidad climática, política y social en la que se nos quiere ver inmersos. Decía Hobsbawm que los historiadores del futuro verían la Guerra Fría como un episodio de neurosis colectiva, que resultaría incomprensible para las generaciones venideras. Vista desde hoy, sin embargo, la Guerra Fría es de una transparencia insólita: entonces se trataba solo de un terror exógeno, del terror nuclear, y no del hecho íntimo, irreversible, de ser hombre, en un mundo que desconfía de la ciencia, de la política y de la propia especie humana.
Ya dijimos aquí, hace años, que el caudillaje tierno y encolerizado de Greta Thunberg se parecía mucho a aquella Cruzada de los niños, glosada por Runciman y novelada por Schowb, en la que dos mocitos poseídos por lo inefable condujeron a millares de niños a un destino aciago. Esto era en 1212. Pero la necesidad de estremecerse con una voz ardiente y justiciera, ocho siglos después, sigue siendo la misma. Ya sea para amenazarnos con el apocalipsis, como la joven Greta, ya para ofrecernos una tierra de promisión, cuya naturaleza es, sin embargo, distópica, como las diversas tentativas populistas que hoy quieren, por todo el mundo (incluida la España del procés y de Rodea el Congreso) ahorrase los tediosos considerandos y trámites de la democracia. Parece que la literatura apocalíptica, de Bauman al Doctor Catástrofe, el turco Roubini, sin olvidarnos de los pronósticos del ex presidente ruso, Medvédev, goza de una salud excelente. Sin embargo, nunca hubo tantos bosques en Europa y la posibilidad de una energía limpia e infinita se halla verdaderamente próxima.
Quiere decirse que hay sólidas razones para esperar un futuro algo menos convulso. Como cada cierto tiempo, vuelven los orates y el sueño del caudillo visionario, que avizora más allá de la grey torpe e indistinta. No obstante, sería imperdonable, tras los crímenes ocurridos en el XX en nombre del pueblo y de la raza, que volviéramos a encontrar en la masa, en su calor estólido y bovino, una oportunidad para el ordenancismo. Decía Breton, hace ya un siglo, que "mañana la belleza será convulsa o no será". De acuerdo. Pero la convulsión, en sí misma, carece de belleza.
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