Salvador Gutiérrez Solís

Tetravisión

La tribuna

31 de marzo 2013 - 01:00

DURANTE años he mantenido que la televisión no deja de ser un reflejo o una proyección de la sociedad que la mantiene, aunque también podríamos hablar de un viaje en la dirección contraria, evidentemente con el mismo resultado. No es nada complicado, no tema, no acabaremos citando a Borges, la cosa no da para tanto, sólo es televisión. Tras muchos años de espectador entusiasta, más desde el plano de la diversión que de la documentación/análisis, lo confieso, en los últimos tiempos he abandonado la televisión, aunque también podría decir que ha sido ella la que me ha abandonado a mí, y eso que estaba predispuesto a serle fiel toda la vida. Asqueado, saturado, aturdido, cabreado y, sobre todo, aburrido. Porque la televisión, como concepto, se puede permitir provocar en nosotros cualquier estado de ánimo, es parte de su éxito, gran parte, pero si alcanza el grado de aburrimiento ya no hay nada que hacer. Entonces es como una de esas parejas, hartos y hartas las unas de los otros, que ya no les queda ni un gramo de interés para lanzarse un reproche, aunque sea canalla. Este invierno puñetero de agua y frío, este invierno nórdico que ya dura más de la cuenta, que molesta más que beneficia, me ha empujado en más de una ocasión a la televisión. Antes de proseguir me gustaría aclarar que cuando me refiero a ver televisión, quiero decir programación habitual, telediarios, realities, concursos y demás, que ver Homeland, Los Sopranos o Modern Family es como ir al cine pero en una pantalla reducida y sin salir de casa. Sabemos de lo que estamos hablando, no creo que tenga que explicar nada más. Y no, no hay que citar a Borges.

Si retomo la definición inicial de la televisión, deberíamos estar ciertamente preocupados. De hecho, lo reconozco, no quiero ser o parecer pesimista, pero estoy infinitamente más preocupado por la crisis social, moral y ética que contemplo a mi alrededor, que por la económica, que también. Dentro de unos años trataremos de adivinar qué fue primero, la gallina o el huevo, el Alien o su perversa criatura, que también cabe la posibilidad de que todo sucediera al mismo tiempo, característica principal de este tiempo en el que nadie se responsabiliza de nada, sin culpables. Si la televisión es ese espejo al que aludía, hemos tocado fondo, fondísimo, la celebérrima fosa de las Marianas es un dulce rellano para explicar el punto en el que nos encontramos. Basta echar un vistazo a la parrilla, con esas tertulias que parecen un publireportaje del más conocido cultivo colombiano -algunos no dudan a la hora de reconocer públicamente su consumo-, con esos concursos catetizados que son la reconversión de la reconversión de algunos que triunfaron en el pasado y no hablemos ya de las series "producción nacional", con esos guiones que están consiguiendo que lleguemos a considerar que JJ Abrams fue el creador de Al salir de clase, por su evidencia y simplicidad. Que casi seis millones de personas, seis millones, no es una cifra tonta o leve, aguantaran para contemplar como Falete se tiraba no, se dejaba caer sobre una piscina, me inquieta, entristece, preocupa y, sobre todo, me da miedo, mucho miedo. La televisión como espectáculo pisa su suelo más bajo, pero es que nuestra exigencia como espectadores ha desaparecido por completo.

Pero no traten de buscar teorías alienantes, oscurantistas, de adoctrinamientos colectivos, de extrañas intenciones y demás, eso sería presuponerles algo de inteligencia a sus responsables. Cuando se cruzan y funden en un mismo punto la escasez de talento con la mínima inversión económica el resultado no puede ser otro. Porque podría hacerse algo inteligente, decente, aunque modesto, pero no es el caso, no es la intención. Hasta la casquería, bien elaborada, puede ser un plato delicioso, piense en las manitas de Paco Acedo. La casquería cruda, sin ninguna intención culinaria, es vomitiva. Pues así es la televisión de nuestro país en la actualidad, informativos que son anuncios de las grandes multinacionales -esos amplios reportajes cuando aparece un nuevo modelo de teléfono o de tableta-, clásicos de la parrilla que son una especie de BOE de los mundos de Yupi y tertulias de piscifactoría, donde los besugos alimentados con pienso repiten su discurso aprendido. Por nuestra salud mental, y también física, deberíamos dejar de creer en esa teoría que comentaba en el principio. Esta televisión es el reflejo de un desánimo, que se contagia a través de nuestro mando a distancia.

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