Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
Brindis al sol
A Freud se deben las páginas más lúcidas para comprender dos instintos básicos que determinan el comportamiento humano. Su descubrimiento del poder de eros ha cambiado la forma de acercarse a la sexualidad y, por tanto, de ver el mundo. Puso el foco en su sitio con tanta clarividencia que la lista de sus convencidos y seguidores se ha hecho infinita. La palabra de Freud está debajo de toda almohada en cualquier geografía. Pero correlativos con sus escritos sobre eros estaban los de thanatos, el instinto de muerte. Sin embargo, ahí se ha prestado menos atención, posiblemente porque admitirlo despertaba otro tipo de recelos e incomodidades. Una cosa era reconocer el omnipresente papel desempeñado por el erotismo y otra aceptar que en cada ser humano habita una pulsión predispuesta para agredir, destruir y matar. Por eso, un cierto pudor ha provocado una cierta censura sobre esta última. No obstante, si eros ha sido indispensable para mantener la especie, igualmente thanatos ha permitido sobrevivir, tras haber enseñado a enfrentarse con los enemigos. Esa es la radiografía que ha dado origen a nuestra civilización. El problema surge porque eros ha sido sometido, en el transcurso del último siglo, a una cierta domesticación, aunque queden todavía algunos flecos sueltos que dificultan la convivencia. En cambio, a thanatos muy pocos se han atrevido a sentarlo en el diván ni, por tanto, a civilizarlo. Excepto en algún experimento literario, como el de esos bellos libros en los que se ha recreado el reinado de una anhelada utopía. Es decir, casi nadie ha querido someter a tratamiento terapéutico la pulsión de muerte. Porque se quería que, en las poblaciones, esa fuerza ciega e instintiva estuviera siempre disponible. Así, cada vez que una creencia fanática, o un déspota sediento, quisieran lanzar a los suyos (las víctimas) contra otros (los culpables) el mecanismo innato de exterminio funcionaría. Cuando en estos días, se asiste a este espectáculo dantesco que llena las calles de Ucrania o de Gaza, no hay que sorprenderse. Se trata, de lo mismo que lleva sucediendo desde hace miles años: unos cuantos déspotas y fanáticos, con una bandera u otra, han puesto a su servicio ese instinto de muerte que parece dormido, pero solo aguarda una señal, un detonante, que le ofrezca un señuelo para actuar. Ahora que la sexualidad parece más encaminada, convendría volver a Freud, quizás en sus páginas sobre thanatos esté la clave para acabar con tantas matanzas de seres semejantes.
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