Salvador Giménez

¿Torismo o torerismo?

Tal bipolaridad es perjudicial para la fiesta, pues si bien es cierto que el toro es el pilar básico y fundamental, hay que reconocer que el hombre es igualmente vital en el desarrollo de la liturgia

21 de junio 2015 - 01:00

LA fiesta de los toros siempre fue de bandos. Hoy no podía ser menos. Por un lado existe un aficionado, o más bien consumidor, de cualquier tipo de festejo. Su fin y objetivo principal es pasar un rato agradable, sin importarle lo más mínimo la esencia de la fiesta, y rentabilizar al máximo el coste de la entrada por la que se ha rascado la cartera. Por otro lado y entre el sector más purista y ortodoxo, existe otra clara división. En un bando están los que defienden el lucimiento del torero sin importarles para nada el animal que tiene enfrente, y el polo opuesto, aquellos que propugnan una exaltación desaforada por el toro. Una división encontrada y por el momento irreconciliable.

Esta bipolaridad existente no deja de ser artificiosa y rebuscada. Una división que es perjudicial para la fiesta, pues si bien es cierto que el toro es el pilar básico y fundamental, hay que reconocer que el hombre, con su inteligencia y conocimiento, es igualmente vital en el desarrollo de la liturgia del toreo. Únicamente con el toro la fiesta sería inviable; al igual, como está ocurriendo en el día de hoy, un torero sin enemigo hace que la fiesta este ayuna de verdad alguna.

La integridad del toro hay que buscarla mediante la selección y la escrupulosidad de cada criador. También en evitar que personajes ajenos a los ganaderos, se inmiscuyan en su labor, llámese doctores en veterinaria o veedores de empresas y toreros. El ganadero debe de ser el máximo responsable del toro que se lidia, así como de su integridad. El público como consumidor final del producto debe de ser el que juzgue y dicte sentencia. Si el toro criado favorece el espectáculo, su criador tendrá derecho a seguir lidiando sus productos sin problemas. Si el toro adolece de sus virtudes mínimas, integridad, casta y movilidad, su criador debe de verse fuera del circuito hasta que no corrija los defectos que puedan tener los otros por ellos criados.

Al día de hoy son muchos los ganaderos que se dejan seducir por el sistema trilero y descarado imperante. Ceden a las presiones de los trust empresariales y toreros. Al objeto de vender sus camadas, en ocasiones estiradas y con pobres criterios de selección, venden su alma y dejan hacer y deshacer a personajes y personajillos inmundos, que a la larga hacen un daño, en ocasiones irreparable, a sus explotaciones ganaderas. Es el triunfo del sistema corrupto sobre una fiesta debilitada por las artimañas del mismo.

No existen ganaderías toristas o ganaderías toreristas. Existen ganaderos. El ganadero debe de ser consecuente con su papel. Conocer lo que tiene en su casa y procurar ser fiel partícipe de la fiesta en el siglo XXI. Resulta paradójico que la ganadería abanderada del sector torerista, o lo que es lo mismo la de Juan Pedro Domecq, haya copado premios en la recién acabada feria de San Isidro. Mientras tanto, las favoritas del otro bando, han pasado prácticamente desapercibidas contándose con los dedos de una mano los ejemplares que han favorecido el espectáculo.

No han tardado en surgir declaraciones sobre lo acontecido. Algún torero ha manifestado que está claro que existen dos fiestas, afirmación a nuestro juicio peregrina, y que una funciona y la otra no. La verdad es que no sabremos nunca si la fiesta que no funciona lo haría con toreros con oficio y técnica, sobrevalorada en ocasiones por los adláteres del sistema, con la que destacan ante toretes desmochados y de nula casta. Si tienen condición de figuras del toreo deberían anunciarse con cualquier tipo de toro y ganadería, no solo con aquellas que dominan fuera de la plaza.

Juan Pedro Domecq ha esgrimido que la base de su triunfo en Madrid ha venido por la férrea selección, así como la informatización de la base de datos de su ganadería. Extremo éste que le facilita la elección de los ejemplares para cada corrida. En Madrid funcionó la informática y se ha visto el trabajo recompensado. Trabajo que falló estrepitosamente el mismo día y a la misma hora en Córdoba. Mientras en Madrid todo funcionaba a la perfección con los juampedros en Los Califas el petardo era mayúsculo. Algún exploit invadió el sistema operativo.

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