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HAY riesgos que resultan demasiado costosos, y además muy pesados. Es lo que está ocurriendo en Cachemira, donde el embajador español en India, Ion de la Riva, tras la catástrofe de estas lluvias torrenciales y las inundaciones, ha vuelto a decir que le resulta "irresponsable y obsceno" que una veintena de turistas españoles se nieguen a abandonar la región de Ladakh, al norte del país, "después de lo que ha pasado". De la Riva además ha calificado de "muy probable" el fallecimiento de la mallorquina María Lourdes Morro, que se encuentra desaparecida desde el viernes: poco después de estas declaraciones ha aparecido un cuerpo que, con bastante probabilidad, podría ser el suyo, y su padre ya se dispone a volar hacia allí para identificarlo. También otros dos españoles, Fernando Ezquerdo y su compañero de viaje, no han aparecido todavía.
Las muertes de españoles no son más dolorosas, pero sí nos acercan la tragedia, el drama de un país abatido de pronto por toda esta oleada de agua turbia, con miles de desaparecidos y de muertos. Sin embargo, allí todavía quedan esos veinte españoles, esplendorosos, magníficos, soberbios, que desatienden las llamadas no únicamente del embajador, sino también del Ministerio de Asuntos Exteriores, cuya página web recomienda "encarecidamente" desde ayer, a todos los turistas españoles que continúan aún en Leh, y a los que siguen llegando, que "por ahora y hasta nuevo aviso" busquen otro destino. La indignación de Ion de la Riva es comprensible: "Me parece realmente alarmante que personas que hayan vivido esta catástrofe estén emprendiendo de nuevo el camino de la montaña, pero aún más escandaloso es que estén llegando más turistas españoles a la ciudad de Leh para hacer montañismo". Así, como ha denunciado De la Riva, la embajada tendrá que responsabilizarse de españoles que "hoy se dedican a subir montañas porque no llueve y dentro de una semana a lo mejor están saliendo de allí en ataúdes". Al mismo tiempo, la llegada de nuevos turistas españoles podrá "obstaculizar con su presencia las labores de rescate". En fin, de nota, un sobresaliente en estulticia.
Siempre he defendido que el derecho a la vida es de libre disposición por parte de su titular. Si toda esta gente alegre ha decidido ir a Cachemira a suicidarse, me parece muy bien. Seguramente merecen lo que les ocurra, y tienen derecho a perseguir su fin con esa alegría fatua de la irresponsabilidad supina. Me duelen las muertes de aquellos que sí han sido sorprendidos por las inundaciones, españoles o no; pero que estos otros turistas españoles, pelmazos y egoístas, se empeñen en acudir a la zona de la catástrofe, dificultando los rescates, y encima después sean capaces de pedir socorro si un alud los arrasa, es de imbecilidad mayor. Ni un solo céntimo de euro del Ministerio de Asuntos Exteriores para ellos.
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